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Escuché a un orador disertar sobre la necesidad de perdonar las ofensas y hablar largamente sobre ellas y la necesidad de identificarlas; para ello da una innumerable relación de éstas, con diferentes situaciones y personaje.

Indudablemente que el ingrediente para darle fuerza al meollo del asunto es el perdón. Acto indispensable para deshacernos de la ofensa que hemos recibido, hemos jerarquizado, aceptado y que nos está causando daño, aparte de que el no perdonar crea un precedente de conducta que nos será devuelto cuando llegue el momento de presentarnos ante el CREADOR.

Soy católico y creo en todo esto que se nos dice, pero me parece innecesario que nos den papilla cuando el orador sabe que puede darnos carne.

Me refiero a que independientemente de lo conveniente que resulta perdonar a un ofensor, pienso que es más saludable desarrollar técnicas para que la conducta “agresora” no sea aceptada, ya que ésta se queda en nosotros, aunque sea por corto tiempo, en ese departamento que la ciencia llama el subconsciente, formando heridas y cicatrices que se revientan a la menor provocación y salen al exterior manifestándose en nuestra conducta.

Si no me creen, consulten a un especialista como nuestra admirada psicóloga y terapeuta Josefina Centeno y verán que es cierto lo que expongo.

En algún lugar leí que las palabras duras y las “agresiones” no debemos personalizarlas porque son algo así como trapos sucios que están buscando agua limpia para ser lavados. La idea es no aceptar la intención que puedan traer y enviarlos al éter, sin quedarnos con nada de ellos.

¿Cómo hacerlo?... eso sí requiere información especializada, guía de un experto y práctica, mucha práctica. Pero les aseguro por experiencia propia que cuando lo logren, como en varias ocasiones me ha sucedido después de muchos intentos, es impresionante el beneficio que se obtiene.

ENTRE OTRAS COSAS. Este encierro, sin dejar de lamentar los decesos y los sufrimientos de tanta gente inocente a causa de la pandemia, pienso que nos ha dado la oportunidad de reflexionar sobre muchas cosas de nuestra conducta, que no abonaba en los ideales para mejorar las relaciones humanas y mucho menos para la salud del planeta que con esto recibe un descanso de los malos tratos a que lo hemos sometido por muchas décadas.

Para referirme a esta triste vivencia, jamás usaría el término imprudente “como anillo al dedo” pero sí diría que nos ha permitido pensar, espero que lo suficiente, en lo que realmente importa de nuestra forma de actuar, para mejorar las relaciones con nuestros semejantes y especialmente con el planeta Tierra, nuestra madre.

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