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Llegamos a este mundo y nuestro primer instinto de supervivencia se manifiesta en el apego, nos acurrucamos al pecho y a la idea de un ser protector que nos provee alimento, protección y cuidados de todo tipo, es así que logramos sobrevivir en este medio hostil y nuevo a nuestros ojos. Es decir, gracias al “apego” somos capaces de mantenernos vivos en esos primeros años; entonces por obviedad el apego no es del todo maligno, o condenatorio.

En la última década se ha desatado una campaña más que efectiva para promocionar los apegos como algo totalmente oscuro, algo que nos lleva a una especie de cárcel de la cual no sólo hay que escapar, sino que resulta esencial hacerlo rápido porque una estadía en ella es de lo más vergonzoso y reprobatorio para la sociedad actual. De aquí el famoso slogan “atrévete a soltar” que nos invita a dejar ir nuestros supuestos anclajes, esas ataduras imaginarias que a guisa de esta frase no nos permiten crecer, desarrollar nuestro mayor potencial y varias cosas más que suenan muy seductoras y prometedoras. Sin comprometer a todos los psicólogos (no sería justo), pero en buena medida, son ellos y otros especialistas del desarrollo personal y cuidado de la salud mental los que han validado, por mucho, esta frase; haciéndola una filosofía de vida ya muy común por nuestros días. Señoras y señores, como antropóloga y ser humano medianamente sensato, una de las máximas que han permitido que nuestra especie sobreviva y se adapte a este planeta y sus condiciones, muchas veces, adversas para nuestra existencia, es precisamente la capacidad que tenemos de crear vínculos profundos con los demás; crear hábitos, actos repetitivos, costumbres, generar constantes que vistas a distancia y en proporción son la base de todas las civilizaciones es la esencia de lo humano.

Ergo, el “apego” es parte fundamental de que hayamos podido llegar a este punto de la historia de nuestra especie sobre la faz de la tierra. Hemos de darle, cuando menos, el crédito que merece en nuestra sociedad actual, empoderada e individualista, y reconocer que depender de otros no es absolutamente negativo, está subordinado a los matices y contextos de que se trate. La idea de que debemos soltar todo y a todos con la facilidad de un niño que suelta un juguete viejo, es errada e incluso es antinatural, vista en términos biológicos y evolutivos.

Atrévete a quedarte, a permanecer, a modificar los factores de una relación, un estado laboral o un vínculo que ahora te parece complicado. Soltar “demasiado fácil” nos ha llevado a lo que somos hoy: una sociedad llena de divorcios, familias disueltas, personas erráticas y extremadamente aisladas. Quedarse requiere más esfuerzo personal, sí es cierto, pero también es cierto que nos permite crecer como seres humanos. Suelta cuando la ocasión lo demande, pero no cuando sea lo más cómodo.

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