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Vamos, es momento oportuno de hablar de ella; aunque todos hayan dado su opinión y absoluto veredicto, será un tema inagotable por mucho tiempo y, pues, aquí va mi reflexión en torno a ella, esa, la cachetada de los millones de vistas, dólares y resonancias. La semiótica, rama del gran árbol de la filosofía, como experta en signos y significados, nos explicaría que ese acto ejecutado en perfecta sincronía de mano contra cara, es históricamente una manifestación de ira, desacreditación, confirmación o legitimación de poder, y quizá, incluso, signifique el más puro instinto humano de supervivencia ante la amenaza de un depredador, ya que, si analizamos el hecho, una cachetada es una respuesta primitiva de nuestro sistema de defensa, la mayor parte de las veces. Sin dejar de lado las otras connotaciones que pudiera tener en contextos más específicos y, a la vez, diversos; como el masoquismo que le otorga un significado un tanto diferente.

El conductor ¿se la merecía?, desde mi punto de vista, sí. Él agredió sin causa aparente o justificada a una persona; nada en esta persona justifica el insulto recibido; el arma para herir, las palabras, la filosísima navaja de la oralidad que puede destruir todo a su paso, dejando una dosis de dolor y tristeza a veces mayor que la de una metralleta. ¿Cuántos no hemos sufrido por las palabras pronunciadas por un prójimo insensato? Todos, absolutamente, conocemos ese tipo de violencia. Sin embargo, a pesar de que se la merecía, no debió recibirla; en justicia de los hechos, el señor debió ser confrontado verbalmente, dando paso y uso al poder del diálogo como vía de acceso a la justicia, por la persona que recibió la ofensa, o bien, por su representante, que en este caso es su esposo, no porque legalmente la represente (desconozco si éste es el caso) sino porque en virtud de la unión civil y emocional que los vincula, ambos pueden representarse. Dicho de otra forma, mi cónyuge tiene todo el derecho de defenderme, porque yo accedí a ello en un pacto de representación mutua implícito al matrimonio; ojo aquí, no hablo de roles de género, sino de que, tanto derecho tiene el hombre como la mujer de actuar en defensa y representación de su pareja, como cualquier asesor legal al que le he concedido mediante un poder o contrato la autoridad para actuar en nombre de mi persona para los fines que se establezcan en el mismo. Esto es así, aunque suene absurdo para algunos oídos, pero la institución matrimonial implica ese tipo de efectos desde la raíz antropológica que la creó y la sustenta como práctica humana.

Para finalizar, la cachetada que aconteció fue la reacción de un hombre que sintió, no pensó, sólo sintió, que ejecutarla era lo correcto. Estoy segura que después, cuando entró la razón en juego, cambió algo su perspectiva del hecho. Las consecuencias caerán para ambos, porque tan incorrecto fue darla (aún cuando sobradamente se la merecía el cacheteado), como provocarla con un insulto y ofensa digna de un Oscar

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