"Réquiem por un maya"
Su muerte no causó cambio de planes, todo cursó dentro de la cotidianidad, ni obituarios ni homenajes póstumos mereció mi hermano de etnia, letras y palabras.
Su muerte no causó cambio de planes, todo cursó dentro de la cotidianidad, ni obituarios ni homenajes póstumos mereció mi hermano de etnia, letras y palabras. Carlos Armando Dzul Ek se fue como vivió, calladamente. Profesor de vocación y teatrero de convicción, alguna vez me confió en una de nuestras tantas pláticas relacionadas con el arte indígena: “El reconocimiento siempre será para los blancos, a nosotros nos tiran la migaja que les sobra”. Sus palabras me alcanzaron en el momento de escribir esta elegía.
Carlos Armando fue intelectual comprometido con su raza, su proyecto teatral Sac Nicté pervive en contra de todos los obstáculos puestos a quienes tienen su trinchera fuera de la Ciudad Blanca. Durante treinta y cinco años, comunidades de Maní y Oxkutzcab nutrieron a su compañía teatral con actores en formación que participaron en obras que merecieron ser invitadas a participar en prestigiados escenarios internacionales.
Su biógrafo, el Dr. Donald Frischmann, en mi reciente viaje a la Texas Christian University, de donde es profesor titular, recordaba una de sus primeras obras históricas y de un fuerte dramatismo: “Bix úuchik u bo’ot ku’si’ip’il Manilo’ob tu ja’abil 1562”/ “El Auto de Fe de Maní o Choque de dos culturas”, que fue estrenada en el atrio del convento franciscano de Maní en junio de 1991 y reestrenada a todo lujo el 12 de julio de 2009, justo 447 años después de la brutal represión religiosa que destruyó el valioso acervo sobre la cultura maya. El amigo de los mayas rememoraba aquella ocasión en la cual un párroco censurador se oponía fervientemente a la presentación de la obra, argumentando que era una “difamación al obispo Landa”. La obra se montó al final de cuentas con el apoyo de la oficina de Patrimonio Cultural del ICY (Hoy Sedeculta) y de Sectur, y “la noche fue avasalladora; la cifra oficial de los convocados fue de mil quinientos espectadores”.
Carlos fue un hombre de una humildad exacerbada, a pesar de sus dolencias mantenía su tenacidad y agradecimiento por todo lo obtenido, mostraba con respeto un reconocimiento firmado por el gobernador Rolando Zapata. “Si los gobiernos reconocieran nuestro trabajo, los mayas estaríamos en mejores condiciones”, decía sin rencores.
El profesor fue hijo de padre esclavo y madre maya, siempre reconoció que la vía para salir del atraso de los mayas contemporáneos estaba en la educación. Teatro y educación le resultaron inseparables.