Pájaros en el alambre
El espionaje de periodistas no me asusta ¿por qué?
En las pequeñas comunidades mayas del interior, existen algunas personas que se especializan en espiar a las féminas aborígenes, popularmente se les conoce como “ch’eneit” que, traducido al español significaría: los que espían las partes íntimas. Su adicción es difícil, ya que para llegar a su sitio de observación brincan albarradas, sortean espacios de fecalismo al aire libre y esperan pacientemente a que la víctima se despoje de sus ropas; y entre los intersticios de los maderos darle gusto a su libido. A merced de esta debilidad, muchos que han sido sorprendidos en este acto, en su mejor momento, sufren el castigo de un palo clavado en su ojo; quedando señalados como ch’óop (tuertos). Los que son afectos al espionaje de los cuerpos femeninos no aprenden la lección, y a pesar de todas las agresiones, siempre regresan a su debilidad de espiar anatomías.
Así, el espionaje es parte de la cultura, pues en todos lugares hay ch’eneit; el más grande espiador del México histórico se llamó Fernando Gutiérrez Barrios. En las épocas broncas, cuando izquierdistas, derechistas y disidentes sumaban esfuerzos para aniquilar al partido hegemónico en el poder, este hombre los frenó de tajo. Los opositores con título se iban al Instituto Nacional Indigenista, del que López Obrador fue delegado en Tabasco. Otros más sapientes se agenciaban millones de pesos en programas como la Organización Líneas de Masas (OLM), de Rolando Cordera. Los comunes y corrientes se quedaban en el anonimato eterno. Todo era justificado por la necesidad de conservar la seguridad nacional.
El espionaje es una cuestión detectada en línea de tiempo. Así que, la nota sobre el espionaje a periodistas y activistas no me consterna de ninguna manera. Sobre todo por el ofertador del programa denominado Pegasus. Los que demandan afirman que el programa fue vendido por Israel, de donde aseguran que el condicionamiento para la venta es no usarlo contra la población civil. Cuestión de cinismo.
¿Israel no espía a los civiles de Palestina, Gaza y Cisjordania? ¿No gracias a ese espionaje masacra a un pueblo primigenio? Tampoco soy crédula de que un software sea tan poderoso para interferir con el funcionamiento de un celular de un periodista con salario mínimo o el de un sacrificado activista de los derechos humanos. Tengo la impresión de que todo este barullo se da dentro del contexto del deporte nacional en boga: “Pegarle al gobierno”. Los denunciantes son profesionales en descalificaciones.