Cumpleaños del Tirahule y el Jefe Martiniano

Felipe Escalante Ceballos: Cumpleaños del Tirahule y el Jefe Martiniano

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Ayer, 22 de octubre, esta columna cumplió tres años. Por invitación del coordinador de la sección El Poder de la Pluma, el notable periodista y amigo Martiniano Alcocer Álvarez, inicié esta publicación con el propósito de colaborar con él, en ese entonces Milenio Novedades, durante un año. Fue el Sr. Alcocer quien sugirió el tema de los artículos y el título CON TIRAHULE. Más adelante, de acuerdo con el contenido de los escritos, atribuyó a mi resortera efectos de buts-bin-tsón y también mencionó el tirahule de dos cañones.

El propio Alcocer Álvarez vaticinó que por la abundancia de gazapos habría chamba para rato y esta columna se publicaría por más tiempo del que yo planeaba. El hombre tuvo razón. Además, para continuar en la brega fue motivador el decidido apoyo que el Jefe Martiniano (como lo llamaban todos) me proporcionó al revisar mis trabajos, corregir errores -que siempre hay- y agregar algunas opiniones para enriquecer los textos. También acusaba oportunamente el recibo de mis escritos. Era un periodista de tiempo completo.

La última ocasión que tuve contacto con mi apreciado amigo fue cuando, por un malestar renal, desde su lecho de enfermo y vía electrónica, me sugirió continuar la serie de mis artículos sobre la castiza voz “culo” -empleada en España con una connotación distinta a la que usamos en México-, escribiera sobre la afición culé del Barza, o sea, del equipo de fútbol de Barcelona. Nuestro amigo no pudo leer el trabajo que me había sugerido. La Covid-19 hizo presa de él y pronto ese terrible mal se lo llevó. Ahora, el buen hombre disfruta de otra vida a la diestra de Dios Padre.

Martiniano y este columnista nos conocimos en 1970 o 1971 en el Diario de Yucatán. Él se iniciaba como redactor y yo era reportero supernumerario que llevaba al periódico esporádicas notas sobre lo que trae de interés el Diario Oficial del Estado, la justicia civil y las sentencias del Tribunal Superior de Justicia. Nos veíamos de vez en cuando y por breves instantes, pero entre nosotros hubo una corriente de simpatía mutua. En 1994 mi padre, el también periodista Felipe Escalante Ruz, recibió la medalla “Eligio Ancona”, concedida por el Gobierno del Estado, previo dictamen de un jurado escogido por la Universidad Autónoma de Yucatán. Conocedor de la valía de su joven colega, don Felipe pidió a Martiniano pronunciar el discurso alusivo a la distinción otorgada a mi progenitor, lo que nuestro personaje hizo con todo acierto. Desde ese suceso tuve mayor aprecio por el buen amigo.

Pasaron los años, en los que nos veíamos en forma ocasional. En la última década, por nuestras actividades tuvimos mayor contacto y cercanía, él como periodista y yo, como aficionado a escribir. Con motivo del confinamiento por el coronavirus, por la vía electrónica Martiniano y yo quedamos en que, después de la pandemia y sano él de sus riñones, iríamos juntos a tomar un par de cervezas para celebrar el fin de esa virulenta plaga y consolidar nuestra amistad. El brindis quedó pendiente. Algún día lo haremos en otro espacio.

Hasta el próximo tirahulazo.

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