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José de San Martín aseguró que “la soberbia es una discapacidad que suele afectar a los pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder”. Es por demás evidente que San Martín retrata visceralmente pero con claridad los problemas de la soberbia y el poder, evidencia un problema que existe en nuestras sociedades y que carcome las relaciones entre los seres humanos, especialmente cuando una persona o grupo tiene poder sobre cualquier individuo o la sociedad en su conjunto.

Hay sin embargo diferencias muy importantes en el cómo se ejerce el poder: existe el poder del líder que tiene una visión del mundo y posee la habilidad de transmitirla con éxito a los demás, haciendo suya la manera de ver las cosas que se le presentan; en este caso el poder se lo conceden sus propios seguidores. Situación diametralmente opuesta es la del que ejerce el poder sin convencimiento de las personas que se encuentran bajo su influjo; en este último caso las visiones de quien ejerce el poder y quienes son sujetos de él pueden ser muy distintas y el poder es ejercido por medio de la coerción o la fuerza.

Es interesante tratar de entender qué es lo que hace que existan personas que detentan el poder por medio de la coerción y la fuerza; encontrándose ante la posibilidad de ejercer este poder, muchos de ellos han sufrido el abuso en algunas etapas de su vida y liberándose del yugo logran arrebatar el látigo de quien les azotaba, para ahora usarlo en azotar a quienes queden bajo su poder; oculta en lo más recóndito de estas personas se encuentra una razón mucho más poderosa para ejercer el poder como lo hacen: una baja autoestima; una grave falta de aceptación de lo que son y lo que valen los impulsa a demostrar que son importantes y que valen mucho y lo hacen a través del ejercicio descarnado y sin consideraciones del poder.

Discapacitados los llama San Martín y tiene razón, seres humanos discapacitados para sentir otro dolor que no sea el suyo, incapaces de entender las ansias, sueños o sufrimientos ajenos. La máscara del poder esconde siempre a un pobre necesitado de amor propio, un devaluado ser humano que, a través de su propia glorificación, busca convencerse a sí mismo de que es un ser humano valioso y bien desarrollado. En el ejercicio de este poder absoluto encuentran su condena. Ya decía lord Acton: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Quien se ama, ama a los demás y es amado no necesita del poder, generalmente lo tendrá pero no le es necesario, porque es en el ejercicio del amor donde encontrará su propia valía, generando una vida plena para sí mismo y quienes le rodean, alejado de las tentaciones y sufrimientos del poder.

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