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Ante los graves daños económicos que está causando la pandemia del Covid-19, se ha vuelto una gran preocupación definir la manera en que el país recuperará los empleos hasta ahora perdidos y traerá de vuelta el crecimiento económico de México.

Ahora que se rechazó en el Congreso del Estado la solicitud del gobernador Mauricio Vila para contraer un crédito de 1,728 millones de pesos, el problema del desempleo pasa a ocupar primeros lugares entre las preocupaciones del gobierno y los ciudadanos, y entonces empiezan unos y otros a tratar de señalar culpables de la creciente desocupación.

México debería ser un país con mucha mayor solidez de la que tienen otras naciones, puesto que cuenta con mares, tierras cultivables, petróleo, oro, plata y un largo etcétera. El problema es que sus habitantes hemos sido contagiados por un mal más pernicioso que el citado coronavirus, y que es la tendencia latente, o ya declarada, de recurrir a la corrupción para arreglar cualquier asunto y sacar provecho.

Esa parte de la sociedad corrompida o corrompible quizá sea la que ahora más lamente la falta de bienestar o crecimiento personal. Y por cierto que, aunque ha hecho de la lucha contra la corrupción su bandera preferida, el presidente López acaba de reconocer que tal lacra todavía está muy extendida en los “niveles bajos” de la sociedad.

Por otro lado, muchos de nuestros funcionarios e instituciones no saben funcionar sin la corrupción, que no sólo les da dinero y prebendas, sino que también los hace “poderosos” ante los ciudadanos.

Así que si en lo que resta de este año y del sexenio aumentan gravemente el desempleo y el número de pobres, no habría que echarle toda la culpa al Covid-19, pues ya desde antes de la pandemia teníamos serios problemas en esos dos rubros. La creación de empleos era mayormente de los de salario bajo, y el sistema de atención a la salud crecía poco o retrocedía con la desviación de fondos asignados a la construcción de hospitales que quedaban a medias. Se destinaban recursos a carreteras, puentes y otras obras, algunas de las cuales se manejaban para llenar los bolsillos de funcionarios que en seis años o menos se volvían multimillonarios, y que si alguna vez caían en la cárcel, salían pronto porque tenían dinero para comprar los servicios de los mejores abogados (y quizás hasta a los jueces).

Reiteramos que después del Covid-19 el mundo ya no será como antes. Y agregamos que tampoco Yucatán y México regresarán a la “normalidad”, sino a una “nueva normalidad”, que sobre la marcha iría definiendo y construyendo un gobierno cada vez más centralista y más reacio a escuchar las opiniones de sus gobernados.

El futuro luce difícil, pero no se distraiga usted y cuídese, para evitar que su presente tenga un rápido, doloroso y definitivo final, víctima de un bicho microscópico que ha puesto de cabeza al mundo y los políticos.

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