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En nuestra colaboración anterior señalamos que en diversas regiones del planeta han surgido reivindicaciones independentistas, o separatistas, cuando los gobiernos centrales abusan de las provincias o pueblos periféricos, y éstos son despojados no sólo de sus riquezas naturales, sino también de su cultura, idioma y otras características muy propias, lo cual puede generar riesgosas inconformidades.

Hoy continuamos con nuestras cavilaciones y planteamientos empíricos, tras una relectura del libro “Capítulos olvidados de la historia de México”, publicado hace ya unos años por el Departamento Editorial de la empresa Reader’s Digest México, bajo la dirección de Gonzalo Ang.

En 1821 se constituyó una Junta Provisional Gubernativa para organizar el Imperio Mexicano. La junta nombró regente o máxima autoridad a Agustín de Iturbide, quien tras hacerse coronar emperador desintegró el Congreso que le había tomado protesta, dando pie a un movimiento federalista que dio el poder a un triunvirato formado por Nicolás Bravo, Guadalupe Victoria y Pedro Celestino Negrete.

Al final, De Iturbide tuvo que abdicar y, tras una serie de movimientos políticos y bélicos, en enero de 1824 el Congreso aprobó el Acta Constitutiva de la Federación, que entre otras cosas establecía una República “integrada por estados independientes, libres y soberanos” en cuanto a su administración y gobierno interior.

En ciertos círculos se menciona con frecuencia a Yucatán como un estado separatista, pero hay que precisar que, tras constituirse la República Federal, los vecinos países de Guatemala, Honduras y Nicaragua decidieron incorporarse en enero de 1822, aunque luego se volvieron a separar en 1823, ahuyentados por las turbulencias políticas mexicanas. Chiapas, separado del resto de lo que hoy es México, se unió nuevamente, a pesar de la inestabilidad predominante.

Regiones enteras eran presas de esos violentos ventarrones. Los jefes políticos de las juntas provinciales decidieron desobedecer al Supremo Poder Ejecutivo, y así Guadalajara y Zacatecas desconocieron la autoridad del Congreso, y Querétaro, Guanajuato, Michoacán y San Luis Potosí se reunieron en Celaya para decidir lo que era una gran necesidad: fundar un nuevo Estado. “México estuvo a punto de fragmentarse en pequeños países”.

En medio de las turbulencias y riesgos de fragmentación, Yucatán anunció su adhesión al poder central, siempre y cuando se aceptara el sistema federal, factor que había sido la causa de su separación. Con la postura yucateca apareció en el horizonte la solución para frenar la división del país, pues el ejemplo de reunificación fue imitado por otras provincias.

Así que la “hermana República de Yucatán”, como despectivamente se refieren algunos a nuestro estado, no tomó decisiones a tontas y a locas, sino siempre abogando por el federalismo y cuidando los intereses de sus habitantes.

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