Sólo las balas callaron a Serapio Rendón (y 3)
El poder de la pluma
En Mérida, un grupo de legisladores crea un reconocimiento que lleva el nombre de un hombre de su mismo partido que fue asesinado en una carretera como parte de un triple homicidio, que nunca ha sido esclarecido. Los méritos del homenajeado son por lo menos dudosos.
En una cabecera municipal que conocemos bien, los regidores locales deciden, sin consultar a habitante alguno además de ellos, ponerle al domo de la plaza principal el nombre de un integrante del cabildo cuyo único mérito fue morir siendo parte de ese grupo, al parecer de un paro cardíaco tras discutir con el alcalde. La estructura es sede de eventos culturales y deportivos, principalmente, y pudo escogerse un nombre más apropiado, de una persona destacada, para darle nombre.
Como preguntamos en el primero de nuestros tres textos más recientes incluyendo éste: ¿por qué no hay una medalla de elevado reconocimiento que lleve el nombre del legislador federal campechano-yucateco Serapio Rendón Alcocer? La gente de su tiempo lo consideraba yucateco, porque sólo vivió sus tres primeros años fuera de nuestro estado y porque se graduó de abogado en Mérida, donde vivía con su familia. Era amigo del chiapaneco Belisario Domínguez Palencia, cuyo nombre lleva, ya lo dijimos, la condecoración más alta que entrega cada año el Senado de la República.
Amigo desde la juventud de José María Pino Suárez, quien ocupó la vicepresidencia de México al lado del presidente Francisco I. Madero, desde la tribuna del Congreso federal Rendón culpó abiertamente al “usurpador” Victoriano Huerta de la muerte de aquellos dos, con lo que, afirman historiadores, se ganó la sentencia de muerte del traidor militar.
No debemos cerrar esta tercia de textos sin brindar una idea del tipo de orador que era don Serapio. Recogemos pues una descripción atribuida al licenciado Efraín Brito Rosado, quien ante los legisladores federales “califica la oratoria de Rendón con las siguientes palabras: ‘No perteneció al tipo de oradores delicados, rebuscados, que cincelaban en largas horas de desvelo una frase para venir a cautivar a su auditorio; pertenecía no al tipo de oratoria demosteniana pulida y brillante, ni a esa otra que se imagina un espléndido monumento en mármol, que es la de Cicerón. Más bien podríamos igualarla con aquellos improvisados de la Inglaterra del Siglo XVIII, Pitt el joven y Charles Fox. Era una llamarada que se levantaba de repente, sin previa preparación, porque hablaba como han hablado los oradores tempestuosos de la historia del mundo, como hablaron los oradores de la Biblia, como se levantó la voz de Dantón y la de Mirabeau por encima de la Constituyente y de la Convención Francesa; hablaba con el corazón, no con el cerebro, y su corazón en esta Cámara lo puso a los pies del pueblo”.
¿Merece don Serapio Rendón el reconocimiento pleno que se le ha negado? ¿Usted qué opina?