Necesitamos una esperanza de siete vidas
El poder de la pluma
¿A usted cómo le ponen de humor las campañas políticas? Porque para muchas personas no es fácil mantener la calma al escuchar declaraciones que carecen de sentido, no implican compromiso alguno y, es más, son flagrantes mentiras que tienen el agravante de que no son nuevas, sino que ya se han dicho mil veces.
Quizá todavía podemos creer que la mayoría de la población que puede votar no se engancha con las declaraciones de los políticos que buscan los jugosos “huesos” que están en juego en cada elección. Lo mejor sería que quienes no gustamos de las mentiras, traiciones, golpes bajo la mesa, puñaladas por la espalda y tantas maniobras propias de los tiempos electorales, nos mantuviéramos como espectadores, escuchando y analizando las “grandes ideas” de los debates, que como en anteriores ocasiones no serán llevadas a la realidad.
Muchos quisiéramos asumir una actitud positiva razonable, confiados en que nuestra clase política está formada por hombres y mujeres íntegros, que no están ansiosos por apropiarse del dinero que no es suyo. Pero asumir esa postura sería pecar de ingenuo, estúpido o algo parecido.
Cómo creer que, ahora sí, las campañas van a ser una competencia de honestidad, transparencia y anhelos de servicio, si vemos cómo los rufianes que insultan o golpean a mujeres tienen todo el apoyo de sus congéneres para aspirar a los cargos más altos; si quienes ya han desfilado por varios partidos siguen buscando las mejores posiciones; y si aquellos o aquellas que en pocos años se han enriquecido “inexplicablemente” insisten en que no tienen otro objetivo en la vida más que el de servirnos.
Permítame un colofón tipo Catón para este asunto tan espinoso que hemos abordado: El párroco de cierta iglesia veía con preocupación que todos los días acudía al templo un hombre negro, que se arrodillaba y se ponía a rezar con vehemencia; un día el sacerdote abordó al afroamericano y le preguntó cuál era el motivo de su evidente angustia. El visitante se resistía a hablar porque afirmaba que su caso estaba “caón”, pero tras presionar un rato el presbítero logró que le confíe el motivo de sus angustias. “Padre, yo soy negro, como usted ve, mi esposa también es negra, pero acabamos de tener un niño güerito; ¿qué opina usted de esto? Al cura no le quedó más remedio que coincidir con el hombre: “No, pues sí, está caón”.
Más o menos así de falsa es nuestra política: unos nos dicen que vamos bien, otros que con ellos podríamos ir mejor, pero a lo largo de las décadas lo que mayormente hemos cosechado han sido frustraciones, desfalcos, mentiras, sospechas…
¡Pero ánimo! ¡En una de ésas queda para gobernarnos alguien que no sea mesiánico, que sea honesto y transparente y que no nos quiera ver la cara! Recuerde que la esperanza es lo último que muere; a lo mejor la nuestra es como el gato, y tiene siete vidas.