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El domingo, rumbo a Izamal, leía las primeras planas de algunos periódicos, cuando me topé con una que en el titular rezaba: “Poco qué celebrar”, en referencia al año de triunfo de AMLO, que no es igual a un año como presidente constitucional. Me puse a reflexionar entonces sobre los aciertos y múltiples desaciertos y posturas lastimosas de la presente administración federal, alejada -hasta ahorita, a menos de un año de gobierno- de la perfección y soluciones instantáneas y sencillas que nos prometieron para transformar al país.

A mi mente llegaron las críticas que desde este espacio hemos dirigido al Ejecutivo Federal (positivas y negativas) y ya sumergido en el Facebook me encontré, uno tras otro, con interminables señalamientos a “un año” de AMLO: marchas llamadas fifís y memes reprobando al presidente. Nada que me dé más gusto, porque lo malo hay que señalarlo hasta con más fuerza que lo bueno y es síntoma de una democracia en desarrollo gozar de tal libertad de expresión.

Pero me pareció curioso que, entre tantas y tantas críticas, algunos pasáramos por alto las críticas a las autoridades locales: el discurso y la política de austeridad, de cero corrupción, de cambio de rumbo es el mismo que ofrecen tanto en la federación como en el estado, pero frente a los locales parecemos callar. Y no, no es ésta una apología al berrinche que exige que, si se critica al presidente, se critique a los gobernadores o a los contrarios al oficialismo. Pero si se quiere tener una democracia auténtica, robusta y sana, si se quiere una ciudadanía cada vez más activa y politizada, tenemos que empezar por elevar el debate político y llevarlo más allá de la fronteras propias: el buen juez por su casa empieza.

No puede tomarse en serio a una oposición o a críticos políticos que descalifican a ultranza y con las vísceras a Obrador, mientras dedican loas, palmas y post del feis hasta a la caspa y el sudor a las autoridades que emanaron de sus partidos. Nada los acerca más a lo que ellos mismos llaman “pejezombies” que justificar sin medida todo lo actuado por los partidos no-Morena. La única razón por la que la portada aquella tendría sentido, por la que habría poco que celebrar, es porque, a un año de las elecciones de 2018, los mexicanos hemos demostrado un bajísimo nivel de discusión política.

Afortunadamente el sexenio está empezando, faltan aún dos años para las elecciones intermedias en donde se renuevan diputaciones federales, ayuntamientos y congresos locales y tenemos -una vez más- la valiosa oportunidad de dejar atrás las filias y fobias partidistas y convertirnos en ciudadanos críticos que, en lugar de servir a sus partidos -como la presidenta de Morena nacional pretende que sus miembros hagan-, se sirvan de los partidos como las instituciones-herramientas que deben ser para desarrollar a México y su democracia. Los partidos deben ser medios, no metas ni sectas.

Para que no digan: de aplaudirse la medida del gobernador de invertir más dinero en seguridad. Se trata de un área prioritaria para el estado.

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