|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

No cabe duda que Yucatán está creciendo: miles de empleos nuevos, las inversiones nacionales crecieron cerca del 60% y las internacionales alrededor del 40% en el último año. Grandes empresas, sobre todo de la industria automotriz, han volteado a ver a Yucatán con proyectos para instalar plantas manufactureras. Además, están las propuestas del gobierno federal: una nueva central eléctrica para el estado, millones de pesos destinados a la ampliación de nuestro principal puerto comercial –Progreso- y la joya de la corona, el Tren Maya, que trazará parte de su ruta en Yucatán para seguir hasta Quintana Roo. Tampoco la industria hotelera se puede quejar con el aumento del turismo tanto nacional como extranjero, el nivel de ocupación hotelera y la derrama económica generada por quienes visitan nuestra tierra. Ni qué decir del cada vez más famoso “boom inmobiliario”, construyendo al por mayor miles de viviendas y plazas comerciales en lo que antes fueron ejidos o hectáreas arboladas.

No cabe duda de que Yucatán está creciendo, sí. Pero, ¿creciendo para quién, cómo y a qué costo?

Si bien los números presentados por las autoridades –las estatales y las municipales, por ejemplo-, parecen prometedores y se ven como signos positivos, habría que ver más allá de la simple estadística inversora y las cifras que una pequeña parte de la sociedad reportan como ganancias en sus respectivas actividades comerciales. Es cierto que se han creado empleos, pero ¿qué clase de empleos se están creando? Basta con recordar el lado oscuro de algunas maquiladoras que, por supuesto, dan miles de empleos a los yucatecos del interior del estado, pero remunerándolos con sueldos muy por debajo de lo que actualmente se requiere para poder tener un nivel de vida digno.

La falacia de la generación de empleos suele hablar de números, pero no de calidad de vida ni de salarios o prestaciones laborales de los empleados, muy por debajo de lo percibido por los empleadores, verdaderos beneficiarios de los incentivos gubernamentales que “fomentan la inversión”.

Sorprende la innegable similitud entre este crecimiento festejado en la TV y el crecimiento porfirista de la última década del siglo XIX. Crecimiento matemático, pero sin desarrollo, donde lo que importaba era la estadística, la construcción, la inversión, aunque el desarrollo social quedara fuera de la fórmula. Sin distribución real de la riqueza, sin inversiones que beneficien de manera real a empleadores y empleados, sin programas e incentivos de gobierno que busquen reducir la brecha social, los números y la estadística no significarán nada.

Quizás no es casualidad que, al igual que el ferrocarril de Porfirio, la magna obra que presumen autoridades federales y locales sea el Tren Maya o que figuren ahora grandes empresarios –conocedores del campo seguramente- en los ejidos yucatecos, que no tardan en convertirse en la propiedad privada que albergará los complejos inmobiliarios y las plazas del bogante crecimiento de Yucatán. Quedará para la anécdota.

Lo más leído

skeleton





skeleton