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Fue en 1812, dos años después de que Hidalgo lo hiciera en el pueblo de Dolores, que Ignacio López Rayón y sus tropas conmemoraron por primera vez el inicio del movimiento independentista. Por su parte, José María Morelos y Pavón fue el primero en decretar que se conmemorara cada 16 de septiembre el inicio de la rebelión. Lo hizo en el artículo 23 de Sentimientos de la Nación, uno de los documentos jurídicos más emblemáticos de nuestra historia.

En 1823, el Congreso de la naciente república decreta también la conmemoración de este acto cívico y es Santa Anna –no Porfirio Díaz, a quien sus seguidores pretenden darle el mérito- quien decide realizar la ceremonia los días 15 a las 11 de la noche. Testimonios de la época señalan que porque a su Alteza Serenísima no le gustaba levantarse temprano. Mito o no, la anécdota no se aleja de la personalidad del corrupto gobernante. En 1847 no ondeó el lábaro patrio en Palacio Nacional, pues en su lugar se izaba la bandera norteamericana, colocada por el invasor que a punta de rifle y metralla ocupó la capital. La afrenta para los habitantes de la Ciudad de México fue grande y dolorosa.

Era tanta la importancia del símbolo del grito, que hasta el invasor Maximiliano de Habsburgo pretendió legitimarse al celebrar el grito en Dolores, Guanajuato. Ni hablar de los festejos de Porfirio Díaz en la capital, quien mandó a echar a miles de indigentes y pobres del primer cuadro de la ciudad para que no le arruinaran la nueva decoración y los foquitos que había mandado colocar para celebrar el centenario del inicio de la guerra de independencia, en 1910.

En parte por eso resultaba especialmente simbólico el primer grito de López Obrador. Austero, sobrio, sencillo. Se ausentaron los aplaudidores que pululaban en los pasillos de Palacio Nacional y no hubo grandes lujos. Era importante para el jefe del Ejecutivo separarse del estilo peñista y su parafernalia, así como del insípido grito de Calderón. Veinte vivas a hombres y mujeres que ayudaron a forjar la patria. Vivas a los pueblos indígenas, a la fraternidad, a la justicia y la paz.

Cierto, los fuchis y guácalas no van a acabar con la inseguridad; tampoco se le hace justicia a los indígenas de México con proyectos sin claridad como el Tren Maya. Pero en política forma es fondo e introducir todos esos elementos en el discurso, sobre todo de una tradición tan popular para los mexicanos, es un avance de importancia y totalmente disruptivo, que marca la distancia entre los gobiernos anteriores y el actual.

México es un país de símbolos, profundamente costumbrista y cuya identidad fue construida con los ladrillos de la historia. La ley, la política y el discurso han pretendido dar forma a nuestra nación y sus fiestas populares, dicen algunos académicos, pero es de la misma sociedad de donde ha nacido lo que nos refiere como mexicanos. El primer grito de AMLO dejó a seguidores y detractores con un buen sabor de boca. Viene lo importante: transformar los buenos deseos en realidades.

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