Golpe en Bolivia
El poder de la pluma
“Nunca más volverá la Pachamama. Hoy Cristo está volviendo al Palacio de Gobierno”, dijeron los movilizados junto a militares justo después del golpe. Hasta el primer semestre de este año, Bolivia lideraba el crecimiento económico del cono sur con un 4.7% -el Banco Mundial estimaba un 4.3%-, según una nota publicada por Forbes México a inicios de 2019. En las estadísticas que ese medio especializado señalaba, encontramos que para el año 2005 el desempleo en Bolivia rondaba el 8.1%, los niveles de pobreza extrema se encontraban en 38.2%, el salario mínimo era de 54 dólares y la inversión pública apenas rondaba los 583 millones de dólares. Para 2018 las cifras fueron 4.3%, 17.1%, 296 dólares y 4,458 millones de dólares, respectivamente.
Todos los indicadores, nacionales e internacionales, evidenciaban el éxito de la política económica boliviana –que tuvo como clave la nacionalización de los hidrocarburos y la redistribución de la riqueza- que formuló Evo Morales a partir de 2006, cuando iniciaba su primer mandato. Catorce años duró en el poder, renunciando a la presidencia el domingo pasado debido a un cuartelazo que lo presionó para dejar la jefatura del Ejecutivo.
El presidente de Bolivia cometió un error común en la política: en 2016 pierde un referéndum en donde buscaba asegurar una nueva candidatura a la presidencia del país sudamericano, pero con mecanismos jurídicos consigue una resolución favorable del Tribunal Constitucional de su país, haciendo posible por la vía legal lo que le fue aparentemente negado por la vía popular. Esa acción le costó a Morales parte de su popularidad, que disminuyó más cuando este año se acusó de fraudulentas y opacas las elecciones de Bolivia, resultando en protestas encabezadas por el ultraderechista y fundamentalista religioso Luís Fernando Camacho, quien impulsó una serie de movilizaciones violentas en el país. A las pocas horas se le sumaron el Ejército y parte de la policía, presionando directamente al presidente para que renunciara.
Puede que Evo Morales nos guste o no. A lo mejor nuestras filiaciones políticas nos acercan al líder indígena que acabó con el neoliberalismo en Bolivia y que reivindicó las causas de los pobres o, por el contrario, que nos parezca un dictador populista queriendo perpetuarse en el poder aplastando la democracia. Incluso podríamos conceder que Evo debió marcharse tranquilamente tras perder el referéndum de 2016. Pero ningún argumento será suficiente jamás para aplaudir o justificar un cuartelazo por parte de las fuerzas armadas.
Larga historia tiene América Latina de golpes de Estado, de juntas militares gobernando o apoyando gobiernos de facto y que resultan en un desastre para las libertades y derechos de las mayorías: Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Perú. Incluso antes de la Revolución Mexicana, Huerta usó al Ejército Federal para derrocar y asesinar a Madero. La vía es popular, democrática, social, pero nunca más la militar, la del golpe y la imposición.