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“Los servidores públicos no deben gozar de privilegios que no tienen los ciudadanos comunes y corrientes”. Esa fue quizás la frase que más me llamó la atención del discurso del gobernador – frase que el autor de estas líneas comparte en su totalidad-, ayer durante su primer informe de gobierno. Y me llamó la atención porque el mensaje que se transmitía en ese mismo instante en dos lugares diferentes era contradictorio. Mientras Vila recitaba cifras y datos frente a la clase política local, dirigentes partidistas nacionales, empresarios y otras personas de la élite yucateca y meridana, a tan solo dos cuadras de distancia un cerco policiaco cerraba el paso a los manifestantes que buscaban hacerse oír ante el jefe del Ejecutivo estatal. La historia es conocida por casi todos: los ánimos se caldearon y una granada de gas lacrimógeno fue la respuesta de las fuerzas del orden hacia los ciudadanos inconformes. Acción desproporcionada, dirían especialistas, que no corresponde con el adiestramiento y proporcionalidad que se le atribuyen a los elementos de nuestras corporaciones policiacas.

Así, mientras los ciudadanos que se manifestaban contra el próximo reemplacamiento, el aumento desproporcionado al costo de casi todos los derechos en el estado, la renuencia del órgano legislativo a tocar temas de importancia social y algunas obras del gobierno que están siendo cuestionadas, eran reprimidos y dispersados, unos cuantos tenían el privilegio de ser invitados a la celebración privada del informe de resultados.

Y es que a pesar de tantos años, de tantos gobiernos y tantos informes, los miembros de la clase política del estado siguen marcando la notoria diferencia entre sus círculos sociales y el grueso de la población. El que debiera ser un acto público, abierto, sin protocolos y en presencia de la ciudadanía, a quienes representan al fin y al cabo, termina una y otra vez siendo una oda al gobierno, aplausos y vítores en donde la autocrítica se ausenta y los ciudadanos también.

Sin querer responder a mi propio cuestionamiento, me pregunto qué mérito tendrán un dirigente nacional de partido, un senador o un diputado, que no tenga el que a dos calles de distancia, como un maestro al que no le pagan, lucha por sus derechos. Tal vez es que la forma (la guayabera, la foto, la elegancia, el aplauso) importa más que el fondo (la crítica, la inconformidad, los derechos, la opinión del gobernado). O tal vez el mensaje es, como otros eventos a los que el grueso de la población no tiene acceso han demostrado, que para la clase política yucateca sí hay una diferencia clara entre ellos y nosotros, que nos señalan y nos negamos a ver. No es lo mismo gobernar para unos, que para todos.

Apenas fue el primero de Vila; es muy pronto para condenar a un gobierno que, si así lo decide, puede rectificar su discurso y su actuar frente a la ciudadanía. Eso sería transformar Yucatán. Ya veremos los que faltan.

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