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Durante los últimos días, quizás semanas, toda la agenda pública ha girado en torno a un solo tema: el avión presidencial. Bastó que el presidente mencionara que se haría una rifa por la Lotería Nacional, que se venderían “cachitos” a 500 pesos y que el ganador tendría uno o dos años de servicio gratuito para que los medios de comunicación y la opinión pública se desbordaran en opiniones, críticas, burlas y todo tipo de comentarios que defendían o no daban crédito a la propuesta obradorista.

Luego los vaivenes de la política y las amenazas de nuevas reformas sacudieron el debate y justo cuando las baterías mediáticas apuntaban de nuevo al Ejecutivo, el avión que se pensaba superado reaparece en escena: ya no se rifa el avión, ahora se van a dar cien premios de a veinte millones de pesos a cada ganador y con lo que se recaude se comprarán medicinas y equipo médico -¿no ya hay un presupuesto destinado a ello?-. Y se reanudan la discusión, la burla, la crítica. El grueso de la población se vuelca a hacer memes y mandar cadenas de Whatsapp explicando la ridícula mecánica del sorteo, diciendo que AMLO es un payaso, un demente, que somos burla internacional -parece que los mexicanos leemos mucha prensa extranjera, después de todo-, y los medios apoyan e impulsan la opinión pública con notas, entrevistas, avalúos, consultas a expertos. El PAN tuitea, el PRI declara.

El presidente es un genio, un maestro de la política y de la comunicación. No usaré este espacio para calificar u opinar sobre la gestión de la 4T, sino de la innegable habilidad que tiene Andrés Manuel para dirigir la discusión sin que la gente se dé cuenta, aunque diga que sí se da cuenta. Atrás o muy al fondo quedan temas como el desabasto de medicamentos, el aumento de homicidios, la desaceleración económica, la inseguridad en general y ahora todo es sobre qué tan ridículo es que se venda un avión, cuando lo ridículo es que incluso los partidos de oposición -tan serios que se ven- tengan como crítica principal una rifa de la Lotería y su viabilidad.

Y aunque la técnica fue usada por el Estado desde antes, como con las pifias de Peña Nieto al hablar o tirando su pastel, con AMLO, a quien le basta solamente decir algo para que la oposición muerda el anzuelo como pez desesperado, este fenómeno se ha recrudecido. “Vamos a celebrar los días históricos en la fecha que corresponden”, “vamos a hacer una constitución moral” y todos los temas realmente trascendentales quedan en segundo o tercer término.

Ante estas evidencias cabría preguntarnos si como población estamos preparados para un debate público y político serio, consciente e informado. ¿Cómo entramos a la discusión? ¿Cómo aportamos al foro? ¿Cómo y dónde nos informamos? ¿Contamos con una formación política sólida? No atender a estos cuestionamientos ha resultado perjudicial en el pasado y lo es en el presente. Y parte de que nuestro país sufra una transformación real, y no solo como pregona el presidente, depende del grado de participación y educación política de sus ciudadanos.

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