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El nuevo coronavirus ha impactado a los mexicanos más allá de sus consecuencias en la salud y en la economía. Durante los más de dos meses que el Covid se ha ido internando en México, poco a poco han ido saliendo a la luz las dinámicas sociales más profundas, más escondidas y de las que casi nunca hablamos, tal vez porque no las queremos reconocer.

Los ataques a trabajadores del sector salud, por ejemplo, reflejan cuando menos dos cosas: miedo e ignorancia. ¿Qué otra explicación podría tener que las personas arrojen café hirviendo o cloro a las y los enfermeros? ¿Qué otra razón se le da a la violencia física ejercida contra doctores? ¿Cómo comprender que se dejen notas en los departamentos pidiendo a los médicos que abandonen sus casas -amenazando además con hacer daño a sus familias- o que se insulte en la calle a quienes día a día arriesgan su vida para salvar la de otros? Hace pocos días se cuestionaba incluso en redes sociales la vocación de los pasantes de medicina que se negaban a volver a sus unidades de salud ante la falta de equipo de protección mínimo.

El fin de semana que acaba de terminar nos dio otro ejemplo: una pareja de adultos mayores proveniente de Estados Unidos tiene la posesión de una casa en un puerto yucateco. Habían estado aquí durante el transcurso de su enfermedad, pero tuvieron que regresar a su país ante el fallecimiento de su hija. Después de los trámites correspondientes, la pareja regresó a las playas peninsulares, pero los pobladores sacaron bajo amenazas a los señores y bloquearon la carretera para impedirles la entrada. Todo esto ocurrió ante la inacción de las fuerzas del orden municipales y de la misma Guardia Nacional, quienes incluso no obligaron a cumplir una suspensión concedida por un Juez de amparo para que se asegurara a los posesionarios poder llegar a la casa que habitan en el puerto. ¿Qué razones daban los locales? Que había riesgo fundado de que los extranjeros llevaran el virus al pueblo y contagiaran a todos. La ironía de que un “moloch” de gente gritando y en la calle piense que no se contagiará entre sí, pero sí lo hará una pareja de personas mayores encerrada en su casa. ¿Es justificable el actuar de los pobladores? No. ¿Es entendible? Totalmente. No se puede pedir a una sociedad que actúe de diferente manera a la que le han enseñado, sobre todo si son las mismas autoridades las que les dan el ejemplo de cómo combatir un virus: cerrar calles, caminos, carreteras; bloquear acceso a comunidades; montar retenes y filtros policiacos.

Y es que al final todo se resume en la formación social y colectiva y en la educación que recibimos como sociedad. La gran mayoría de las personas de estos y muchos otros ejemplos no actúa por maldad ni por odio, sino que son la ignorancia y el miedo los que nos mueven como comunidad, producto de décadas de desinterés de las autoridades que han abandonado a su suerte a la educación de este país -principalmente porque eso les beneficia-, aunque con ello condenen el futuro de su pueblo. De poco le servirán inversiones, empleos y riquezas a una nación si no se pone como prioridad su educación.

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