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Errare humanum est, dicen unos que dijo Cicerón y otros que Séneca. Fue San Agustín de Hipona quien completó la frase con “pero es diabólico mantenerse en el error por el orgullo”. Un gobernante, un político, no tiene que ser perfecto; al fin y al cabo son tan humanos como usted o como yo y tan posible es que se equivoquen como cualquiera. Es ilusorio y hasta dañino para la democracia buscar santos laicos y seres impolutos en quienes nos representan, pues nada se alejaría más de la realidad de nuestra sociedad. Vea usted el daño que le hace a la llamada 4T mirar en López Obrador a un salvador cuasimesiánico que jamás se equivoca, sin defectos, sin errores y lleno de virtudes, poseedor de la verdad absoluta.

Y quizás lo mismo pasa en Yucatán: hace unos días vimos salir al titular del Ejecutivo estatal a pasar por encima de la independencia de uno de los tres poderes. Vimos cómo el enojo y el impulso se impusieron a la templanza y la razón. Vimos cómo se amenazaba el futuro económico de miles de yucatecos y cómo se polarizaba a la población. Todas aquellas conductas que tanto se critican en columnas, en redes sociales, en discusiones públicas en donde se señala a la Federación, fueron justificadas e incluso aplaudidas por muchos de los seguidores del oficialismo estatal.

Hay que decirlo: el gobierno se equivocó. Y no lo hizo en el discurso transmitido a través de Facebook a miles de yucatecos que escuchaban cómo se quedarían sin empleo porque no se le aprobó un préstamo al gobierno. La equivocación viene de la óptica, de la perspectiva. Viene de cuando públicamente se decía que los representantes populares “le querían meter el pie al gobierno” o iban en contra de la recuperación de Yucatán si no votaban a favor del empréstito solicitado por el ejecutivo. ¿Dónde quedó la independencia del Poder Legislativo que tanto se respetaba y defendía cuando, por ejemplo, el Congreso negaba derechos humanos a las personas? ¿Dónde quedó la separación de poderes? El discurso entonces no fue un error, sino la reacción que sucede al error. Se puede criticar la visceralidad de la respuesta del Ejecutivo, la desesperanza que se transmitió a todo un estado cuyas familias penden de un hilo, la ausencia de oficio político e incluso criticar el lenguaje corporal del interlocutor que, según los que saben, demostraba molestia y frustración.

Pero el error no estriba ahí, sino en el atisbo de soberbia que se distingue cuando un poder quiere imponerse sobre otro a toda costa y sin escuchar razones. Un error que se repitió una y otra vez; varios fueron los argumentos esgrimidos por los diputados para no aprobar el préstamo, como que todavía hay millones de pesos que no se han ejercido y podrían usarse o que el gobierno podría aplicar una austeridad en ciertos rubros que se ha negado a recortar. Pero en ningún momento existió otra posibilidad que no fuera endeudar al estado con -otros- 1,728 millones de pesos. La razón absoluta la tiene el gobierno, las otras fuerzas políticas sólo quieren verlo fracasar. ¿Dónde hemos escuchado eso antes? Nunca es tarde para rectificar; estoy seguro de que se hará.

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