Discutiendo con estatuas
El poder de la pluma
En las últimas semanas han surgido voces respetables que plantean algo que no es nuevo, pero que a una década de iniciada la discusión sigue causando polémica: retirar las estatuas de los Montejo del centro de la ciudad. Antes de entrar de lleno en el tema, quisiera dejar en claro que hasta el momento de escribir estas líneas no tengo una postura plenamente definida en cuanto a qué me provoca la estatua. Y no, no es por neutralidad o indiferencia, sino porque me parece que el tema de los símbolos merece un análisis profundo y una discusión en donde se permitan todos los puntos de vista y no sólo aquellas expresiones que pretendan resolver el conflicto de un plumazo o cancelando a quienes no comparten sus opiniones en detrimento del debate democrático.
¿Qué nos representa la estatua de los Montejo? ¿Qué nos representa cualquier monumento? Hay quienes sostienen que debería retirarse por lo que representa: genocidio, racismo, esclavitud (hay otros que señalan que simboliza la fundación de Mérida, el mestizaje). Señalan que simboliza la destrucción de la antigua T´ho (ya prácticamente en ruinas a la llegada de los españoles) y la opresión al pueblo maya -la cual resulta innegable y repudiable-, pero lo mismo ocurre con el monumento a las haciendas, las casonas del centro de Mérida, el Palacio de Gobierno, el mismo nombre de nuestra ciudad. ¿Cuál es la intención entonces? ¿Discutir la historia y replantearla o eliminar sistemáticamente los símbolos que la tendencia señala que hay que eliminar? No me imagino, por ejemplo, a los murales de Bonampak, la estela de Ixkun o las múltiples representaciones mayas donde se muestran a cautivos amarrados y sacrificados siendo destruidas al calor de nuestros tiempos. Tampoco concibo sacando de circulación los billetes de Nezahualcóyotl o cambiando el nombre de la alcaldía Cuauhtémoc en CDMX por representar a un pueblo que dominaba y explotaba económicamente a los pueblos más débiles del amplio imperio mexica. Claro que hay conceptos funestos y reales, como el de “casta divina”, el exterminio de mayas y yaquis, la esclavitud en haciendas, pero hay otros que sí dependen de la óptica del receptor. Quizás lo que habría que retirar es la idea de que la historia se dibuja en blanco y negro. En la búsqueda de los símbolos de nuestro tiempo nos enfrentaríamos a dos escenarios: primero, que nuestra sociedad se compone a su vez de varios colectivos que en la construcción de su memoria van significando de forma plural y diversa. Segundo, que siguiendo la lógica de los valores de nuestro tiempo tendríamos que olvidar a sor Juana, Hidalgo, Zapata, Frida Kahlo, Rivera, Elvia y Felipe, por la lejanía generacional que nos suponen.
Finalmente, debería ser nuestra democracia y la colectividad quienes vayan construyendo el debate en torno a los símbolos. La globalización y el bombardeo mediático nos hacen querer abordar el tren de los cambios internacionales y a veces lo hacemos sin el análisis y la discusión que se merecen, acotando nuestras posturas al simple replicar y repetir las voces de otros, privándonos del necesario ejercicio de construir nuestro criterio y luego compartirlo.