El Grito
El poder de la pluma
La conmemoración del famoso “Grito de independencia” es una tradición por demás remota. Ya desde 1812 -dos años después de que lo hiciera Hidalgo un 16 de septiembre-, el general Ignacio López Rayón recordó el suceso que marcaría el inicio de la rebelión armada en contra del gobierno virreinal. La primera ceremonia en Palacio Nacional estuvo a cargo de Guadalupe Victoria -primer presidente de México-, pero fue en la década de los cuarentas del siglo XIX que empezó a conmemorarse desde el día 15 de septiembre, organizándose verbenas en la Alameda Central de la Ciudad de México, muchos años antes de que Porfirio Díaz asumiera el poder, lo que tira de plano aquel mito sobre que por el cumpleaños del dictador se adelantó un día la conmemoración de este suceso. A Díaz, si acaso, se le puede relacionar con la celebración del centenario del inicio de la insurrección (1910), cuando mandó a desalojar a cientos de personas en situación de calle del centro de la capital para que no le “afearan” la decoración con foquitos que había mandado colocar.
Es curioso cómo los mexicanos celebramos con tanta euforia un suceso del que popularmente conocemos tan poco y sobre el que recaen inmensas confusiones. Comúnmente celebramos el 16 de septiembre una victoria que tardaría once años en llegar. El movimiento de Hidalgo, si bien fue el detonante de los movimientos ulteriores que desembocarían en la entrada del Ejército Trigarante en la capital, fue un levantamiento tremendamente violento, pero efímero. Además, es cuestionable decir que la independencia fue el resultado de años de explotación española a la población indígena americana.
Quienes organizaron el levantamiento armado fueron esencialmente criollos, personas en puestos de gobierno medios, militares realistas con rangos nada despreciables o que estaban fuertemente influenciados por las ideas de la Ilustración, como Hidalgo, quien aprovechó su posición de cura para mover a las masas en contra del gobierno novohispano. De hecho, en un principio ni siquiera se planteaba alcanzar la independencia de España -eso Hidalgo lo planteó ya avanzada su insurgencia- y la culminación de más de una década de revueltas sólo fue posible porque algunos temían ver perdidos sus privilegios con la entrada en vigor de nueva cuenta de la Constitución de Cádiz, por lo que convencieron a Iturbide de acercarse a Guerrero -quien por cierto fue el primer presidente afroamericano de la historia, aunque con el paso del tiempo lo hayan blanqueado- para pactar la alianza que firmaría el Tratado de Córdoba. Es decir, el empuje final de la independencia lo dieron quienes no querían perder sus privilegios sobre las demás clases sociales y que terminarían dominando la vida pública del México independiente los siguientes 30 años.
El Grito, muy necesaria conmemoración que, aunque lejana, aunque los valores y los motivos se mezclen y confundan, siempre será buen pretexto para apropiarnos de sus símbolos, resignificarlos y recordar que, ante la necedad de la autoridad, valen la protesta, la organización popular, la manifestación. Si no, ¿de qué nos vale el recuerdo?