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¿Qué esperamos de nuestros representantes? ¿Cómo deben ser los políticos que son los que toman las decisiones que nos afectan? Durante mucho tiempo he tratado de encontrar la respuesta a estas interrogantes y siempre que parezco encontrarla la realidad sorprende, aplasta con algo nuevo. Trataré de explicarme con un caso concreto.

Ante las inundaciones en Tabasco, el presidente López Obrador arribó a su estado natal en medio de -como siempre- la polémica generada por sus opositores. Recuerdo que algún medio digital publicó una comparación entre el primer mandatario y ciertos políticos panistas -aunque no se limita esta característica a un partido-, en donde resaltaban las virtudes de personajes blanquiazules por “ser hombres de acción en la adversidad y ayudar a los necesitados”. ¿La diferencia? Mientras AMLO llegó a las zonas afectadas en transportes militares y sobrevoló las comunidades en un helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana, los representantes de aquel partido habían caminado entre las calles con el agua hasta la cintura. A unos se les ve apuntando con el dedo hacia el horizonte, como dando instrucciones; otros caminan con su comitiva y otros más se van pasando cajas con despensa de un lugar a otro. Todo ello, por supuesto, acompañado de la respectiva foto para sus redes sociales.

No me mal entienda, estimado lector: la cosa no es contra la fotografía, el post de Facebook o el tuit. Al fin y al cabo, los políticos tienen derecho a promocionar sus acciones, hacerse publicidad y enterar a la gente de lo que hacen, porque sus puestos dependen de que las personas los conozcan y reconozcan. El problema viene cuando tanto políticos como sociedad reducen las acciones o el “hacer algo” a la foto, al video, a la propaganda. ¿Qué diferencia puede haber entre un político que se moja los pantalones y otro que recorre las calles en un vehículo? ¿Uno puede hacer más que el otro? ¿Vale más para nosotros la imagen del gobernante “ensuciándose”, aunque no esté haciendo realmente nada o que lo que hace pueda hacerlo sin meterse al lodo?

Tristemente, la respuesta parece ser afirmativa. En una sociedad construida sobre el espectáculo y las apariencias, estos personajes han reducido la política y su actuar al ridículo y al absurdo. Por ello en estos tiempos vemos a regidores del centro del país sacar agua de las calles a cubetazos, a aspirantes a políticos repartir frituras como despensas o a ciertas figuras locales admirar baches, limpiar a manguerazos la terraza del vecino o caminar en el charco y no en la escarpa seca que hay de lado. ¿Qué esperamos entonces de un político? Parece que hemos bajado tanto nuestra vara que a los diputados, por ejemplo, les es fácil anunciar como logros el número de sesiones a las que asistieron, las veces que se subieron a tribuna o las votaciones en las que participaron, aunque ese sea su trabajo.

Al final, los políticos no dejan de ser expresiones crudas de la sociedad que representan. Del limonero no crecen manzanas y está en la sociedad, en nosotros, exigirles más y elevar nuestros estándares. Si no, ellos continuarán con el circo.

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