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Sin duda el 2020 ha sido un año difícil, histórico y que quedará -voluntaria o involuntariamente- en la memoria de las personas. El tema diario fue el Covid-19, la crisis económica que trajo consigo, los cientos de miles de muertos, los contagios, las deficiencias palpables de nuestro sistema de salud, la prevalencia del lucro por sobre la vida, las ilegalidades en que incurrieron gobiernos estatales y la falta de altura de los actores políticos para hacer frente a la contingencia sanitaria.

El Covid sirvió para demostrar que en México se confía más en el Facebook o la cadena de WhatsApp que en la ciencia: los termómetros matan neuronas, dijeron; la pandemia era un engaño de los doctores para sacar líquido de las rodillas a los pacientes o, peor aún, para matarlos y vender sus órganos en el mercado negro. Hospitales fueron atacados y personal médico sufrió agresiones deleznables a lo largo y ancho del país, Yucatán incluido.

También el Covid demostró que la política y el discurso valen más que la razón y la lógica: se cerraron comercios en lo más bajo de la enfermedad y se abrieron en lo más duro, se restringió ilegalmente la movilidad, se gobernó a través de las redes sociales y se amenazó a la población para que no salga a las calles, mientras los gobiernos y los partidos en el poder continuaban realizando mítines, eventos e inauguraciones de museos.

Y mientras los políticos culpaban a la población y la población a los políticos, nadie se daba cuenta de que el impacto del coronavirus en México es un claro reflejo de sus dinámicas sociales, de su cultura, de la realidad-real en la que sobrevivimos día a día. Ni AMLO, Vila, Gatell, el PRI o el PAN. La dureza del Covid surgió de la necesidad de trabajar de unos y de la fiesta de otros; de la falta de educación, de la indiferencia, de la soberbia. Es decir, México estaba irremediablemente destinado a sufrir lo que sufre por ser exactamente México.

Pero así como este año nos trajo la más terrible de las calamidades, también nos trajo las más grandes muestras de humanidad y empatía. El personal médico trabajando a marchas forzadas e improvisando ante la falta de insumos, las decenas de ciudadanos que salieron a ayudar a los damnificados por las tormentas tropicales y los huracanes, las personas que llevaron cenas y abrigo afuera de los hospitales. Ellos también son México y también, como en lo malo, estábamos irremediablemente destinados a dar esas muestras de solidaridad.

La esperanza de la vacuna está a la vuelta de la esquina, el contraataque viene avanzando. Y aunque tanto el oficialismo como la oposición quieran lucrar políticamente con la vacuna, aunque por un lado se use de cara a las elecciones la vacunación y por otro se critique hasta que se hayan conseguido, la ciudadanía debe recibir la noticia del principio del fin como un cálido aliciente después de la tragedia. La emergencia no ha terminado y hay que seguir con la guardia en alto, pero pronto, muy pronto.

Agradezco a todos el haberme acompañado un año más. Reciban mis mejores deseos y abrazos a la sana distancia. Feliz y mucho mejor 2021, desde la albarrada.

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