Libertad de expresión, ¿según quién?
Héctor López Ceballos: Libertad de expresión, ¿según quién?
Parece que a veces mal entendemos lo que es la libertad de expresión y lo que implica. Durante muchos años, es un principio o una condición social (además de un derecho humano individual) que se presume característico de todo Estado Democrático; es decir, se tiene la concepción de que mientras más libertad de expresión exista -o mientras menos restricciones tenga un individuo para ejercerla-, más tolerante, plural y apegado a derecho será el Estado.
Hay muchas discusiones en torno a la libertad de expresión al interior de todas las sociedades del mundo. Los debates más recientes giran en torno a los límites que presenta este Derecho: ¿hasta dónde y cuándo puedo ejercerlo?, ¿hay cosas que no pueda manifestar?, ¿hay derechos que se sobreponen a mi libre expresión? Y Todavía más, ¿hay razones que justifiquen traspasar esos límites?, ¿quién los pone?
Pero no es materia de esta columna discutir sobre esas interrogantes, si bien en algún momento futuro serán retomadas. Ahora me parece necesario reflexionar sobre la libre manifestación de las ideas materialmente real y aquella que sólo se limita al discurso. La ilustración clara e inobjetable del problema la tenemos en las conferencias mañaneras del presidente AMLO, en donde afirma tener un “diálogo circular” con los medios de comunicación. Para López Obrador, la libertad de expresión consiste en que todo el mundo pueda decir lo que quiera, sin limitaciones ni censura por parte del Estado. La cuestión es que, si bien efectivamente los ciudadanos podemos manifestarnos, este derecho no puede materializarse ante el constante ataque, menoscabo, desprecio y ninguneo a la opinión que no se comparte. Esta es, por cierto, la especialidad de AMLO.
No basta con poder señalar, por ejemplo, el aumento en los homicidios en los últimos tres años o actos de corrupción provenientes de proyectos como el Tren Maya, cuando hay un aparato estatal robusto y en posición desigual respecto a los particulares y que constantemente descalifica cualquier señalamiento: “yo tengo otros datos”, “son los neoliberales”, “es la prensa fifí”.
No discuto que efectivamente existan grupos con intereses específicos y agendas claramente enfocadas en el golpeteo al Presidente. Pero tampoco me queda la menor duda del daño que le hace el discurso del gobierno a la libre manifestación de las ideas de quienes, aunque AMLO no lo pueda entender, no pretenden descalificar al gobierno, sino ser críticos y objetivos; es decir, de quienes legítimamente pretenden revisar al poder.
No es raro entonces que la confianza en los medios vaya decreciendo entre la sociedad. La descalificación sistemática hacia los periodistas hace mella en la credibilidad de las personas (como ejemplo puede ver el debate entre AMLO y Jorge Ramos en la conferencia matutina de ayer). ¿No me cree? Haga un experimento: en alguna de las mañaneras o en algún foro escriba usted algo que no le parezca del gobierno, critíquelo objetivamente. Si quiere más emoción, nombre a algún periodista o medio. Me cuenta luego cómo le va y sobre todo, si se siente muy libre de expresar sus ideas.