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Todavía no sabemos si lo otorgó de forma ológrafa (de su puño y letra) o ante Notario Público. También podría ser que, como en los tiempos de la Colonia, Andrés Manuel haya realizado su testamento político ante el párroco más cercano o, en todo caso y por equivalencia, ante uno de sus líderes partidistas de confianza. Nadie sabe con exactitud qué contiene, pero suponemos que entre los legados que dejaría el Presidente ante su muerte, están las instrucciones para perpetuar los cánones y dogmas de su transformación y, por supuesto, el nombre de la o el heredero a quien encomienda la nada despreciable tarea.

Parecerá cosa nimia, intrascendente, pero que la República Mexicana sea tratada como feudo que se puede heredar, es evidencia franca de la visión que se tiene del país, sus leyes y sus instituciones. No importa, por ejemplo, que la Constitución sea muy clara con los mecanismos y las reglas que se aplicarían ante la falta absoluta del Presidente de la República. Supongamos que, ojalá no, López Obrador falleciese en este momento de su sexenio; la Carta Magna señala que el Secretario de Gobernación asumiría la presidencia provisional, en lo que el Congreso de la Unión nombra a un presidente sustituto, encargado de completar el sexenio de AMLO. Entonces, ¿es necesario hacer alusión a un testamento político que no estaría por encima de la Constitución?

Ah, ¡es que no para eso es ese testamento! El Presidente se refiere, obviamente (para los que seguro lo defenderán), a una serie de indicaciones morales para continuar con la transformación pues, en sus palabras, él no puede dejar al pueblo sólo y desamparado. Bueno, eso sería quizás todavía peor que querer heredar el poder. Verá, querido lector, el propósito de las instituciones en una democracia es ser capaces de funcionar y garantizar un Estado de Bienestar, independientemente de quien ostente el poder. Un gobierno, sus instituciones y sus mecanismos, son efectivos en la medida en que podrían mantenerse trabajando aunque faltase una persona en específico. Si AMLO tiene que legar a su sucesor (¿o sucesora?) un catálogo de indicaciones y fórmulas para dar continuidad a su “4T”, quiere decir que el gobierno no ha logrado fortalecer sus instituciones democráticas (de hecho sería todo lo contrario), además de que supondría que sus herederos políticos no tienen otra capacidad más que seguir las indicaciones, incluso después de muerto, del líder moral del movimiento. Cualquier parecido con otro tipo de organizaciones es mera coincidencia.

Por último, hacer alusión a un “testamento político”, incluso si es sólo una figura literaria, nos habla de la visión de un personaje que no concibe que el país funcione en su ausencia y, también, de personas que lo aceptan al no poder concebir un Gobierno democrático sin un líder moral. En cualquier caso, la concepción que se tiene del destino de México es cuasireligiosa y cuasimonárquica, dependiente tremendamente de un culto a la personalidad y con la idea de que México y su política tienen dueños con nombre y apellido, pues sólo se puede heredar lo que se tiene en propiedad. Varios ejemplos ha habido en la historia de casos como este. ¿Ubica usted alguno?

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