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El domingo se eligieron seis gobernadores, varios ayuntamientos y diputaciones locales. Morena, el partido en el poder, ganó cuatro de las gubernaturas y ahora controla 22 entidades federativas. En el sur, por ejemplo, únicamente Yucatán muestra un color distinto al guinda en el mapa político-electoral. Sólo el añejo PRI en su época de esplendor logró dominar tal cantidad de territorios y más, meta por la que va el oficialismo actual en 2024.

La gran victoria de Morena está lejos de los sufragios: allegarse de operadores políticos y candidatos de sus “adversarios” -PRI y PAN-, así como hacerse de los satélites del “viejo régimen” -como el PVEM- le ha permitido erigirse como heredero del imperio político mexicano que construyó el hoy decadente y casi extinto Revolucionario Institucional. ¿No lo cree? Dele una revisada a los candidatos que figuran en los puestos clave del oficialismo y quiénes ocupan las candidaturas. El poder podrá haber cambiado de nombre, pero no de manos.

Y no es para nada despreciable la estrategia morenista. Al final, es innegable que la mayoría poblacional vota por ellos y por eso están ganando. Sea con candidatos recién conversos y de importación, o con sus propias bases, Morena se ha convertido en la primera opción de millones de ciudadanos que, con todo y todo, prefieren optar por el platillo de buena vista (el sabor ya es otra cosa) antes que por los rancios restos que sirve una oposición desvencijada y sin un proyecto que ofrecer a los electores. Con decirle que el gran triunfo opositor fue que Morena no ganó 6 gubernaturas, sino sólo 4. Así lo celebraron y quién sabe cuánto tiempo más lo celebrarán, porque la aparición de un proyecto serio y conjunto que no sólo sea “sacar al peligro para México del poder”, se figura casi imposible. No se han dado cuenta de que el verdadero peligro para México son ellos que, al no poder ofrecer una alternativa creíble, fortalecen la hegemonía del partido único (de facto).

Así es la democracia, unos pierden y otros ganan. Pero en el caso de la democracia mexicana, gana hábilmente el que en cuatro años no ha tenido adversario (casi remembrando las elecciones presidenciales de López Portillo, candidato único) a causa del poco entendimiento (o mucha soberbia) de las fuerzas políticas opositoras sobre el “estado de las cosas” en el país.

Es evidente desde ahora que, al menos para la presidencia, no “hay tiro” en 2024; el sucesor -o la sucesora- que designe por mandato divino Andrés Manuel será el Jefe de Estado de 2024 a 2030. Es casi probable también que la oposición pierda el Estado de México y Coahuila en las elecciones del próximo año (2023), quedando menos de diez entidades fuera del control del oficialismo, quien podrá coronarse como el verdadero sucesor del partido hegemónico de antaño. Mientras tanto, en ciertas esferas obnubiladas del país, ahí donde siguen esperando a Venezuela, a Cuba, a la Unión Soviética -y no se dan cuenta-, seguirán celebrando que Morena no ganó seis, sino sólo cuatro.

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