"La memoria de Pedro Martínez Sadoc"

El hombre es un depredador compulsivo y perfecto de todas las especies. La suya incluida.

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Para hablar de la memoria que tuvo Pedro Martínez Sadoc y, con ello, dedicarle el homenaje que merece, debo referirme antes a esas catástrofes que habría que borrar de nuestras memorias, las guerras. Y en el caso de Martínez Sadoc, de la Guerra Civil española, cuyas heridas no acaban de cerrar a tantos años de finalizada.

Y es que las guerras nunca finalizan. Sus antecedentes casi siempre violentos y la brutalidad terrible de sus consecuencias hieren nuestra conciencia y nos hacen dudar tanto de algún valor en nuestra especie como de su posible continuidad. Puede haber una tercera guerra mundial, ya lo dijo Einstein, pero la cuarta será a pedradas. Mis pesadillas son peores: no habrá siquiera una mínima posguerra.

El hombre es un depredador compulsivo y perfecto de todas las especies. La suya incluida.

No me refiero sólo a Kim Jong-Un Vs. Donald Trump, ni a la masacre en el Oriente Medio, me refiero a todo en su conjunto, y a la violencia diaria que hace enseñar los dientes y sacar las garras a ciudadanos comunes y corrientes. Se huele el ansía de guerra en el bufido del hombre como lobo del hombre.

He tenido suerte: no viví la guerra civil y la posguerra española la pasé en México, mi patria. Pero esas dos historias están en mi conciencia. Siempre he sentido un sordo remordimiento por mi suerte, sobre todo cuando leo algo de cuanto se escribe aún sobre la guerra civil. Pero nada iguala esa especie de asfixia que siento cuando llega a mis manos una joya como la “Antología de poetas de habla castellana” que Martínez Sadoc escribió a mano y de memoria en una cárcel franquista.

Sus hijas imprimieron la edición facsimilar que llegó a mis manos. A ellas dejó la palabra: “Para no volverse loco, nuestro padre sacó de lo más recóndito de su espíritu uno de los placeres que más había disfrutado en su vida: la poesía. Recordando de memoria... Pidió a su mujer que le enviara papel, un manguillo, tintas de colores... Con la colaboración de otros presos a los que él llamó compañeros de martirio... El problema radicaba en cómo sacar el libro de la cárcel de Ocaña... Una monja muy joven, casi una novicia, lo sacó debajo del hábito y lo entregó a nuestra madre”.

Pedro Martínez Sadoc y sus hijas nos entregan su memoria, su cordura y el eco recóndito de su poesía para que los hagamos nuestros.

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