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Recientemente el estar disfrutando cualquier película de una empresa de marca mundial, sin tener que sintonizar los canales convencionales, me llevó de la mano a reflexionar sobre los valores, principios y cualidades que fueron la constante en alguna época no tan reciente. Más de algún amigo lector no me dejará mentir en cuanto a que los mensajes del largometraje, casi siempre, destacaban la lucha por obtener algún triunfo, actitud de entrega y servicio al colectivo.

En mismo orden de ideas me admiró de como el pertenecer a la generación X me ha permitido transitar de la nada al todo y, claro, la comunicación es precisamente uno de esos revolucionarios momentos. Tan solo basta citar el televisor de bulbos en blanco y negro, con las barras de ajuste una hora antes de iniciar la programación. El teléfono no fue la excepción, se acortaron distancias, existiendo un “bum” en los años 90, lo demás es historia, dando un brinco al celular multifuncional, canales de cable y tecnología digital segregando hasta atomizar a la analógica.

Prácticamente las noticias, comentarios y programas eran un coto de pocos, con sus limitaciones y consabidos arreglos, pero nunca se imaginaron que existirían las redes sociales y como pionero al Facebook. Este sitio web que fue lanzado el 4 de febrero de 2004 por Mark Zuckerberg, convirtiendo a cualquier poseedor de un dispositivo en un posible vocero, productor, creador o juez sin contrapeso del quehacer en la vida privada y no pública de cualquier ser humano que habite sobre el planeta.

Lo descrito con antelación atomizó la secrecía y respeto por los demás, independiente de su calidad o preparación para sus comentarios o “decires”. Sin pensar desapareció la calidad moral en la comunicación, que dicho sea de paso, solo se gana en los campos de batalla, en buena lid y cuyo vencedor era el más preparado, prudente y cuyos contrapesos al hablar eran los principios y valores que marcaba la época.

Desafortunadamente el libertinaje, bajo la bandera de la “libertad de expresión”, hizo que desaparecieran los modos. La inmediatez en el afán de transmitir algún suceso puede hacernos caer en lo grotesco, vulgar y ausente de ética que lacera y ofende al lector, destruyendo los principios básicos de la comunicación, donde debe prevalecer el profesionalismo, veracidad y madurez. Ese enfermizo afán por intentar ser el primero, es una constante, olvidando que en el actual turbulento, agitado y atribulado mundo, lo publicado sin formas ni fondo, con dificultad será recordado y sí denostado. El me vale o el hay se va, nos debe preocupar y ocupar.

La comunicación implica responsabilidad, respeto y madurez. Los 15 minutos a expensas de otros son sinónimo de pusilanimidad, cuya factura -que no te quepa la menor duda- será cobrada y en esta vida. ¡Dime cómo escribes y qué publicas y te diré quién eres! (Continuará).

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