|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

En algún tiempo las universidades del país fueron auténticos fuertes para los jóvenes. En ellas se proyectaban estrategias innovadoras y rebeldes contra el rezago social, a la vez que protegían como ningún otro lugar a los estudiantes. No había espacios más libres y seguros que las universidades.

Los centros escolares eran un símbolo auténtico de que era posible transformar el país a través de la educación y no existía valor más destacado que la autonomía universitaria. Javier Barros Sierra, quien fue rector de la UNAM durante el Movimiento del 68, tenía una idea muy definida sobre lo anterior:

“La autonomía de la Universidad es, esencialmente, la libertad de enseñar, investigar y difundir la cultura. Estas funciones deben respetarse (...). En ningún caso es admisible la intervención de agentes exteriores y, por otra parte, el cabal ejercicio de la autonomía requiere el respeto a los recintos universitarios. La educación requiere de la libertad. La libertad requiere de la educación” (1968. García Cantú, G.)
Los tiempos en los que se respetaba a las universidades se han muerto. La violencia es síntoma y secuela de la descomposición social, y cuando se han contaminado los órganos vitales de un país es muy complicado sanarlo.

En México las universidades han dejado de ser lugares seguros. En los últimos meses se han presentado casos de violencia en las escuelas que son señales claras del gris panorama que vivimos:

Apenas este lunes trascendió el caso de Aidée, una jovencita de 18 años que fue asesinada en el interior de un aula cuando tomaba su clase de Matemáticas. El caso se ha tornado extraño, pues hasta el momento no ha trascendido versión alguna de lo ocurrido, a pesar de que había varios compañeros de Aidée al momento del ataque.

El 10 de abril, en la Universidad Autónoma de Zacatecas, fue ultimada a balazos la estudiante de derecho Nayeli Noemí. La mataron de la manera más violenta frente a sus compañeros, aparentemente como una venganza por la denuncia de un hecho delictivo.

Aunque en Yucatán no se han presentado casos de asesinatos, tampoco se puede hablar de universidades seguras para los jóvenes. En febrero pasado, y a iniciativa de los estudiantes, fue presentada la estrategia “Uady sin acoso”, que tiene como objetivo investigar los casos de hostigamiento sexual en esta casa de estudios y crear un ambiente libre de violencia para los estudiantes yucatecos. Lo difícil es entender que esta campaña nació a partir de diversos casos de acoso en esta institución.

Resulta doloroso, pero es necesario aceptar que las escuelas mexicanas han dejado de ser instituciones que ofrecen seguridad. La violencia se ha infiltrado en los planteles y los problemas a que se enfrentan son cada vez más desgarradores: asesinatos, violaciones, suicidios…

Si se pretende combatir la delincuencia en el país es necesario resarcir el daño desde los espacios en los que se construyen las ideas y el buen corazón de las sociedades, nuestras universidades.

Lo más leído

skeleton





skeleton