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Son las siete de la mañana. El presidente sube al estrado y se para frente a los periodistas. La puntualidad y el hábito son temas que lo distinguen desde que era jefe de Gobierno, y aunque estos son valores cada vez menos recurridos en el mundo, para él son importantes, pues así es como intenta proyectarse ante quienes, asegura, tienen el “encargo” de llevar la información al pueblo sobre la forma en la que se está gobernando.

No es secreto. López Obrador no es amigo de los periodistas (por lo menos no de la mayoría) y nunca se ha sentido cómodo frente a ellos. Las preguntas recias siempre las evade, es un maestro a la hora de darle vueltas al asunto y casi siempre utiliza sus chispazos para que la nota termine siendo una ocurrencia en el discurso y no los planteamientos gubernamentales que nos deberían ocupar. ¡Me canso ganso que así le hace!

Las mañaneras no son el fuerte del presidente. Comúnmente se le ve cansado, incómodo, angustiado, como si rendir cuentas a los medios fuese una obligación que le costara cumplir. La verdad es que es así. Cuando López Obrador brinda la línea de la conferencia mantiene la calma y para no fallar siempre se apoya en sus colaboradores. El problema viene con los bombardeos y los cuestionamientos sobre el escándalo del día. Entonces el presidente señala, ataca, evade.

Diferente es la actitud de AMLO cuando está de gira. Siempre, ante los asistentes que él reconoce como “el pueblo”, luce fortalecido y combativo, sus tonos de voz son elevados y sus expresiones demuestran vigor. Es completamente otro y eso motiva la crítica de sus detractores.

A pesar de esto, y quizá en esta ocasión sin culpa alguna, López Obrador se enroló en una discusión que mucho le ha valido la crítica del gremio periodístico. La filtración de una lista en la que se nombra a los periodistas que más recursos habrían recibido durante la administración de Peña Nieto ha provocado todo tipo de reproches contra el mandatario, pues esta situación aparenta ser una sutil forma de calumniar a aquellos comunicadores que se han mostrado visceralmente críticos ante el Gobierno Federal.

Lo peor es que en la lista también aparecen nombres de profesionales que siempre apoyaron la línea obradorista, por lo que incluso se embarró a amigos de “la casa”. Algunos tenían que ser sacrificados y así fue.

El problema radica en que todo este embrollo solo parece denostar la labor del periodismo, la cual de por sí ya es sumamente cuestionada. Ahora el peyorativo “chayotero” se aplica a cualquiera que muestre su desacuerdo con las acciones del gobierno obradorista, y aunque el presidente asegura que en su administración se respeta la libertad de expresión, sus constantes enfrentamientos con la prensa solo polarizan aún más una sociedad ya dividida. ¿Y cuándo la reconciliación prometida?

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