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El poeta Juan Gelman alguna vez dijo en una entrevista que “vivir con miedo a la muerte es morir antes de tiempo”. Para el argentino, la muerte era el último mal de la vida y por lo tanto inevitable. Entiendo esta visión como que todo en este mundo tiene dos cosas seguras: un principio y un final. A partir de esto, el miedo a la muerte nunca ha sido en el hombre un miedo sentenciado por el dolor de llegar a la recta última de la vida, sino que es impulsado por todo lo que no podremos comprender y disfrutar antes de ello, y agudizado por la ignorancia eterna de si existe o no una segunda oportunidad.

Según diversas teorías psicológicas, el miedo a la muerte nace en la infancia tardía, cuando el niño comienza a ser consciente de sus relaciones y de su carácter social. Entonces, el temor suele ser recurrente y se presenta con ideas fatalistas sobre sus padres y la familia cercana.

Para esta etapa las experiencias suelen acuñar completamente nuestra visión de la existencia y de los valores. Somos conscientes de la muerte porque reconocemos aquello que existe, pero lo entendemos mucho mejor con lo que ha existido y dejó de hacerlo. La oscuridad no es un ambiente natural, es la carencia de luz; y la escasez de los besos automáticamente señalan que el amor se ha marchado.

A partir de esta etapa, el verdadero objetivo de la vida es tratar de conseguir un motivo para vivir y así darle sentido a nuestra existencia. Quizá por eso en la adolescencia exploramos el amor en todas sus formas, incluso con cuestiones aún no comprendidas como la misma muerte y el hecho de que solemos romantizarla: “Daría la vida por ti”, prometemos a nuestros primeros amores, porque en esta etapa el único objetivo es conocer el amor, fuerza que durante el resto de la vida será nuestra salvación o sentencia hacia la muerte.

Pero el miedo a la muerte no solo es una cuestión enfocada en nosotros. También ocupa temores mucho más complejos, como el dolor que sufrimos ante la ausencia de un ser querido, sobre todo cuando esa persona siempre nos construía y sabía las formas exactas de reparar nuestras fisuras.

Existen unos versos que el poeta José Carlos Becerra escribió cuando su madre perdió la vida que nos enseñan lo anterior: “Esta noche hay algo tuyo sin mí aquí presente,/ y tus manos están abiertas donde no me conoces/ Y eso me pertenece ahora;/ la visión de esa mano tendida como se deja el mundo/ que la noche no tuvo./ Tu mano entregada a mí/ como una adopción de las sombras”.

El miedo a la muerte es el miedo a todo lo que en un futuro no podremos decir, vivir, amar.

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