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José Agustín, quien el pasado 19 de agosto cumplió 75 años, es considerado una de las plumas más trascendentes en las letras mexicanas de la segunda mitad del siglo XX. Aunque a lo largo de su carrera se ha movido por diversos géneros, como el ensayo y el guion cinematográfico, sus intereses literarios circulan principalmente en la narrativa, tanto en cuento como novela.

Desde la etapa temprana de su carrera, Agustín Ramírez fue señalado como escritor de La Onda, debido a ciertas características que compartió con otros creadores de su generación; sin embargo, él mismo se ha separado una y otra vez de esta categoría literaria, quizá por el sentido despectivo que durante algún tiempo les achacó la crítica, la cual incluso llegó a decir que era una literatura intrascendente.

El también escritor René Avilés ha comentado que “dentro de la generación en donde destaca José Agustín (y a la que también él pertenece) hay escritores de literatura fantástica, hay poetas, hay gente que tiene incluso alguna tendencia al mundo rural. Es un mundo complejo el de esa generación sin nombre”.

Es decir, la de José Agustín fue generación sin una meta en común más que la propia exploración individual y que dio pie a una multidiversidad literaria manifestada en las generaciones posteriores.

El crítico y escritor Javier Aranda Luna publicó en La Jornada hace algunos años una reflexión sobre la obra de José Agustín y la vigencia de su literatura:

“Los lectores de José Agustín en los años 60 fueron jóvenes. Sus libros abundan en referencias culturales de esos años. Sorprende que los jóvenes de ahora, conectados por la Internet y viviendo en una sociedad de masas que poco tiene que ver con la de aquellos años, continúen leyendo con devoción libros como La tumba y De perfil”.

No dudo que, como bien dice Aranda Luna, el Internet, la tecnología y la sociedad de masas en la que estamos inmersos actualmente sean las diferencias principales entre los lectores de las décadas anteriores y los ahora nombrados millennials.

Sin embargo, también señalaría que esa “devoción vigente” hacia los libros de José Agustín se debe a las similitudes que se mantienen entre diversos mundos: la irreverencia sigue siendo una necesidad para los jóvenes que ahora más que nunca son víctimas de la cultura del consumo; que siguen sin vislumbrar en las clases políticas a los agentes que brinden solución a los problemas sociales; que continúan atados a los conceptos de la moral y el buen vivir, y que buscan incesantemente cambiar el mundo que se les ha heredado.

Ante este panorama no dudo que el sonido de José Agustín continúe haciendo mella en los próximos lectores y escritores mexicanos, sobre todo en los irreverentes.

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