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La primera vez que me topé de frente con una obra de Francisco Toledo fue en Monterrey. Ahí, en el inicio del famoso Paseo Santa Lucía, se encuentra instalada “La Lagartera”, una escultura que de entrada deja atónito a cualquiera por su inmensidad y sus detalles. Al principio, me impresionó la idea de que fuese una obra de Toledo. Yo había leído bastante sobre él y era admirador de su pintura, pero encontrar en medio de un viaje uno de sus trabajos más laboriosos inmediatamente me sacudió las ideas. “La Lagartera” es una escultura cerámica que mide más de 10 metros de largo. A su alrededor yace un lago artificial, pues se trata de la representación de un islote en el que descansan varios lagartos y demás animales del río. Lo llamativo es que este islote también le da forma a un enorme lagarto, el cual representa la grandeza mítica que estos animales tienen entre las poblaciones oaxaqueñas.

Toledo muchas veces contó que en sus inicios artísticos siempre se vislumbró como el narrador de los mitos de su tierra: “Al principio (de mi carrera) quería estar ligado a mi comunidad, ahí había mitos orales, tradiciones, cuentos; pensaba que podía ser el ilustrador de esos mitos”, confesó en una entrevista con Jan Martínez Ahrens para El País.

Es por eso que siempre se le ha identificado como un pensador de la identidad mexicana moderna. Sus obras siempre fluyeron en la búsqueda de los orígenes del pueblo y todo su trabajo alrededor del arte era para el pueblo, pues, además, el maestro fue reconocido por su labor activista, filantrópica y de promoción cultural.

En realidad son muchos los puntos por lo que Toledo es considerado uno de los mejores artistas en el México de los últimos tiempos. Su obra nació en una época en la que el arte era dominado por los planteamientos políticos e ideológicos de la nación. Los intelectuales mestizos intentaban adoctrinar a un pueblo que realmente nunca fue liberado de sus opresiones sociales, y que no pudo reconocerse en aquellos murales de fuego, planteados por la Escuela Mexicana de Pintura.

Entonces llegó Toledo y de entre todos los colores escogió los más luminosos y oscuros, las formas más prehistóricas y los trazos más distorsionados. Regresó a la pintura los animales mágicos junto con las leyendas de nuestra tierra mexicana, reinventó el mundo y así borró del lienzo a los hombres modernos.

Toledo entendió que el arte siempre será una necesidad primitiva de los humanos, porque en él podemos recordar que no somos tan invencibles como creemos, y que en este mundo siempre existirá una naturaleza que nos domina.

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