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“Somos el miedo a salir de casa y nunca regresar. El miedo a dejar a medias nuestro camino. El miedo a morir en carretera, durante una mañana nublada, de un lunes cualquiera. Somos el miedo a la tragedia y a la resignación. Somos todo eso y aún así seguimos aquí, porque la vida se trata de vencer los miedos”.

Nunca conocí un pueblo tan triste. Es un pueblo pequeño, de casas bonitas, pero que hoy mantiene un silencio infinito. De la iglesia salen los únicos sonidos del lugar. Son cantos de ruego y perdón, llantos y murmullos. Cuando la muerte está presente la gente prefiere murmurar. Hablan muy quedito, como si trataran de guardar un secreto o como si los muertos fuesen a escuchar. Y quizá sea así, esta tarde los muertos no escuchan pero sí ven a su pueblo llorar.

Yo había estado en este lugar antes. Fue hace unos meses. En ese entonces su gente no vivía un sepulcro, sino el honor de rendirle culto a la Virgen. Quienes conocen las fiestas de los pueblos saben de toda la alegría que en ellas se viven. Las plazas se llenan de listones de colores, las familias se reencuentran y conviven con mucha comida y trago. Cuando la noche cae todos salen a las puertas de las casas, bailan y conversan hasta que los tumba el sueño, y entonces sueñan con la felicidad.

Pero ahora Dzoncauich no sueña con nada de eso. No hay listones sino velas blancas y ropas negras, y la gente camina a paso lento hacia el cementerio. De eso tengo un recuerdo: el día en que despedimos al abuelo también caminamos de la iglesia hacia el cementerio. El abuelo iba adelante, como siempre lo hizo. la mañana era muy soleada, pero de un momento a otro todo se nubló. Luego cayó una lluvia ligera, aunque de esto último no tengo la certeza de que haya ocurrido. Quizá sí o quizá me lo imaginé porque para nosotros ese día se nublaron las cosas y llovió, y nunca le encontramos la luz a aquella mañana.

A eso me recordó este pueblito, pues ahora sus casas de colores no lucen y las tiendas están cerradas. En el fondo del camposanto se ha formado un paisaje. El sol se oculta entre las nubes y solo unos pocos rayos logran esquivarlas, entonces el cielo brinda formas únicas.

A pesar de lo bonito de la tarde aquí nadie mira al cielo. Todos bajan la mirada y algunos observan la tierra. En el cementerio está reunido todo el pueblo con su tristeza. Junto a las cajas se enterraron los anhelos de seis de sus hijos. Y entonces ya nada volverá a ser igual, pues en los pueblos las tragedias nunca se olvidan.

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