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Mi familia es grande, realmente grande. Cuando nos reunimos para las navidades siempre necesitamos más de una mesa para poder cenar todos juntos y la comida suele prepararse en grandes cantidades para que a nadie falte. A la hora del brindis, solemos tardar varios minutos en dar el tradicional abrazo a cada uno de los integrantes, además de que al llegar la madrugada siempre faltarán las hamacas, las camas, los muebles para acomodarse y dormir un rato. La verdad es que eso es lo de menos cuando se quiere compartir momentos con gente a la que quieres.

Y así suelen ser las navidades, con muchas personas, mucha comida, pero sobre todo mucha alegría. Hay quienes dicen que las navidades ya no son como las de antes. Que todo ha cambiado, que la emoción y el ambiente de estas fechas no es como en el pasado. Quizá es verdad, pero prefiero pensar que lo que cambia muchas veces no es el espíritu de estas fiestas, sino nuestra propia ilusión por hacer que ese espíritu continúe vivo y se pueda compartir.

Este será un año diferente, lo sabemos, pues muchas familias han sufrido por lo menos una pérdida. Alguien que se fue y ha dejado un lugar vacío, y que inevitablemente generará recuerdos año tras año durante estas fechas de nostalgia. Será un año diferente porque habremos de convivir con la muerte de algunos, y a pesar de eso tendremos que aprender a ser felices. Porque de eso se trata la vida: de aprender a ser felices.

He de confesar que muchas veces he pensado en dejar atrás el sentido de la Navidad, en conformarme con una buena cena y una fiesta agradable, pero sería tonto no pensar en que estos días son diferentes. La gente suele trabajar con un ánimo distinto, y la esperanza de tener algunos recursos de más hace que los centros laborales funcionen con más empeño. La mayoría se esfuerza para tener algo que regalar, algo para compartir con su familia durante estos días, y si el frío impregna las calles, en las casas se suele compartir alguna cena distinta que haga más reconfortante esa heladez.

Muy probablemente este año no habrá las grandes fiestas a las que estamos acostumbrados, y tampoco habrá visitas a las casas de nuestros amigos y familiares (por nuestro bien no debería ser así), pero aún podemos lograr que estos días valgan la pena, que sean diferentes al año tan complicado que nos tocó vivir. Si existen fechas para volver a creer, que sean éstas, y que así todo sea mejor cuando nos volvamos a sentar juntos en una mesa, o en dos o tres. Que en nuestras grandes familias aún sobreviva la esperanza.

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