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Tengo un pie chueco que me lleva a todas partes. Apoyado en él huí de casa hace 7 años, y aunque sigo sin encontrar el camino de vuelta no me siento perdido. Me llamo Joaquín como papá, como el abuelo y como tantos otros hombres que no comprenden de genealogía y que van por las calles mientras sostienen el corazón con las manos.

Me llamo Filio como mamá y llevo en el ADN los hermosos átomos de su sonrisa.
Odio los lugares comunes a pesar de haber tropezado mil veces con la misma piedra; si tuviera en la mano un cincel esculpiría en ella mis defectos, no para enorgullecerme sino para inmortalizarlos, para no olvidar.

Me dejé la barba porque sentí que no me crecían las ideas, ahora necesito un rastrillo que me ayude a delinear sus planteamientos hipotéticos, que detenga ipso facto la vorágine de mi rostro.

Vivo con mi hermano menor quien es músico y no sabe nada de idiomas pero todas las noches, secretamente, me ayuda a descifrar este silencio.

He revisado hasta el cansancio en los bolsillos de mis pantalones sucios, en el cajón de las medicinas y aún no encuentro el beso que me diste recién empaqué las cosas y dije adiós.

Quisiera tener una radiografía de mis recuerdos. Mi relación sentimental más larga ha sido con un ejemplar para niños de Las mil y una noches, al que regreso fascinado cada vez que detecto entre mi cabello una cana.

Puedo recitar de memoria la primera página de Cien años de soledad pero nunca me sale el nudo de los zapatos. En lugar de diccionarios, tengo a un amigo que dice más de mil palabras en menos de un minuto cuando explica la obra de Roberto Bolaño. El chileno, mejor ni confundirlo con Chespirito.

No me gusta mojarme pero cada vez que cierro los ojos veo a Eme bailando bajo la lluvia chiapaneca aquella tarde de enero en que fuimos a conocer las cascadas. Mi abuelo se fue un 23 de diciembre y regresa todas las noches, me visita en sueños. Tuve que inventar un lenguaje para poder hablar con los fantasmas: es asombrosa la oscuridad.

Nunca fui a Cómala porque estoy seguro de que ahí no vive mi padre, sin embargo leo a Juan Rulfo como si mi vida dependiera de ello. Si pudiera reencarnar en alguien sería en Alejandra Pizarnik, para escribir: mi hipocondría debería tener alas. Soy el peor Acuario del mundo.

Cuando mis padres se divorciaron vi un platillo volador desde el marco de la ventana y desde entonces creo en la vida más allá de la Tierra, pero, sobre todo, confío en que un par de amigos son suficiente respuesta a los misterios del universo.

No sé bailar ni cantar pero escribo, a duras penas, estas pocas palabras para no perecer en el anonimato. Arrojo la botella al mar, cruzo los dedos.

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