Discurso y realidad
Joed Amílcar Peña Alcocer: Discurso y realidad.
Los movimientos feministas de los siglos XIX y XX se inscriben dentro de los hitos de mayor relevancia en nuestra historia, a pesar de ello los escoyos y dificultades para las mujeres no han disminuido en pleno siglo XXI. Nuestra realidad, a más de verse superficialmente, es aún un dechado de exigencias e ideas de una época que creíamos ya distante. En la llamada “sociedad del siglo XXI” muchos marcan el paso de la convivencia social al son de los siglos pasados.
La idea de la disminución de violencia, segregación o discriminación por motivos de género se sustenta en un discurso institucional que pocas veces es coincidente con nuestra realidad, es un conjunto de afirmaciones que niegan el estado real de las cosas. Para demostrarlo es suficiente mirar el tratamiento mediático de los feminicidios. Las sutilezas de lenguaje utilizado para referirse a ellos desde la oficialidad son la negación de una realidad.
Hace un tiempo, una joven estudiante me habló de su posible deserción escolar, los motivos que expuso fueron los menos esperados en una sociedad que se autodenomina incluyente: “mi papá dice que las mujeres solo estamos para la casa, que es mejor que me case y tenga un hombre que me mantenga”. La autoridad paterna es de carácter irrevocable: “él no escucha la opinión de mi mamá o mía, solo su voz es la importante”.
A pesar de los discursos alentadores desde la oficialidad muchas mujeres se encuentran en contextos laborales, familiares y académicos, en los que las relaciones son mediadas por interlocutores que mantienen esquemas machistas o de discriminación por género.
Por esto último, es más urgente que hagamos un ejercicio crítico de nuestra realidad. Es lamentable que ante números hechos (feminicidios, los ataques en contra de mujeres en marchas feministas en Yucatán y Quintana Roo, la omisión de protección a activistas o víctimas de violencia) no avanza ni medio punto la crítica/reconocimiento sobre la terrible desigualdad y violencia de género que vivimos.
El avance de nuestra sociedad y el establecimiento de procesos sociales verdaderamente democráticos no son medibles a través del discurso de nuestras instituciones, sino a través de la vida cotidiana y sus actores.