Octavio Paz y el calor de Yucatán
Joed Amílcar Peña Alcocer: Octavio Paz y el calor de Yucatán
No cabe duda que el característico calor de Yucatán es, para unos, una delicia inexplicable y, para otros, un inmerecido castigo. Para sorpresa de varios, esta condición tan común como natural de nuestro Estado, inspiró las reflexiones juveniles de un nobel mexicano.
Octavio Paz llegó a Yucatán en marzo de 1937 como integrante de un proyecto educativo dirigido a los hijos de los obreros mexicanos, en aquellas fechas aún simpatizaba con el socialismo y la poesía comprometida. Su estadía en estas tierras significó un encuentro inesperado, violento, con la roca cálida y seca, sobre la cual caminaba el indígena maya. Antony Stanton, en El río reflexivo, consigna una carta que Paz envió el 19 de marzo de 1937 a su novia Elena Garro:
“Frente a mí está un cielo desnudo, con una estéril e impasible desnudez. No hay nada más que el calor, el silencioso calor cayendo desde el cielo, subiendo a la tierra, agazapado en los muebles, en las teclas de la máquina, en la ropa. No hay nada más que el calor y luchando contra él, contra su poder invisible, la conciencia del hombre. Creo que eso es Yucatán, por lo menos eso soy yo, que lucho y conservo mi agilidad, mi rabia, mi cólera. Ese soy yo: rabia, cólera; un hombre que custodia a su odio, que lo empuña contra todas las potencias de la quietud”.
Para el poeta el calor no solo era una condición climática, era signo de la lucha del hombre en contra de un enemigo silencioso y dominador. Años más tarde, recordando la experiencia yucateca que desenvocó en “Entre la piedra y la flor”, escribió: “Viví durante algunos meses en Mérida (Yucatán) y allá escribí la primera versión de “Entre la piedra y la flor”. Me impresionó mucho la miseria de los campesinos mayas, atados al cultivo del henequén y a las vicisitudes del comercio mundial del sisal. […] Por una parte, eran (y son) las víctimas de la burocracia gremial y gubernamental que ha substituido a los antiguos latifundistas; por la otra, seguían dependiendo de las oscilaciones del mercado internacional. Quise mostrar la relación que, como un verdadero nudo estrangulador, ataba la vida concreta de los campesinos a la estructura impersonal, abstracta, de la economía capitalista […]. Ese mecanismo los trituraba pero ellos ignoraban no sólo su funcionamiento sino su existencia misma”.
Estos versos fueron el primer ejercicio serio de un poema extenso de Paz, una denuncia del enemigo invisible: el capitalismo. Con el paso de los años Octavio Paz se acercó a modelos intelectuales que lo llevaron a descreer de su juventud revolucionaria, a la que no consideró más que experimentación e intento. “Entre la piedra y la flor” queda en el expediente de la literatura, no como recuerdo de nuestras primaveras y veranos cálidos, sino como recordatorio del calor que nos asola, asecha, trepa, manipula, evapora y reduce a nada. Este calor en Yucatán no se ha apaciguado.