Memoria de Valladolid
Joed Amílcar Peña Alcocer: Memoria de Valladolid
Los muros de la ciudad guardan calma ante el paso del tiempo, murmuran al transeúnte algunos de los hechos que les dieron forma. La pintura decolorada, la herida hecha grieta, la textura de la pared y la vegetación que crece en la hendidura son parte de su historia de sobrevivencia. Los vetustos rincones de la urbe dan testimonio del permanente intento de dominar la naturaleza, son eco de los afanes pasados, señal de los intereses del presente y los anhelos del futuro.
Un poco de brillo llegó cuando se obscureció la vida del maya en la región, la ciudad colonial surgió. La Guerra de Castas trastocó el mundo criollo, lo llevó a una espiral de desasosiego. La modernidad porfiriana no se hizo presente en Valladolid, mucha administración y poca bonanza. No hubo alumbrado, pavimentación o desagüe, poco rastro de instituciones modernas como hospitales, escuelas de estudios profesionales o centros de arte y cultura. Mientras tanto, Mérida se rendía al afrancesamiento, sus edificios coloniales morían o cambiaban de rostro. Ahí, aparentemente inmóvil en el tiempo, Valladolid.
El tránsito histórico de la ciudad, solitario, convulso y violento, alentó el resguardo de la memoria colonial. La arquitectura es el sello distintivo y el motivo discursivo. Pero ahí habita, aunque no se reconozca abiertamente, el peso de la desigualdad y el privilegio señorial. El dominio colonial da invisibilidad a la raíz original, la cual es vista por muchos bajo el signo del dominado.
El temor a la desaparición movió a la sociedad vallisoletana. Los aciagos tiempos del siglo XIX, la lejanía de las bondades porfirianas y la situación periférica contribuyeron de manera directa a la conservación de la arquitectura de la ciudad como un acto de resistencia: la guerra no acabó con Valladolid, por más que el imaginario regional así lo indicara.
La Revolución anunció que “el pasado colonial” sería nada más que un recuerdo. José María Iturralde Traconis emprendió un ambicioso proyecto de modernización, deseaba que Valladolid fuera puntal del progreso socialista de Yucatán. Como un reconocimiento a su labor se erigió un monumento, fechado el 4 de julio de 1925, que declara lo siguiente: “Testimonio de gratitud del pueblo de Valladolid, al modesto ciudadano José María Iturralde Traconis que engrandeció su nombre de vallisoletano y de gobernante, embelleciendo su ciudad natal”.
Bueno sería que la memoria de la Revolución que embelleció la ciudad quedara como parte indisociable de la identidad de la Sultana de Oriente, pero, al parecer, ha sido relegada tan solo a la llamada “primera chispa de la Revolución”. Sin embargo, ahí sigue lo “mágico colonial”, cuyo mayor mérito es la persistencia.