El proceso criminal de Cristo
Jorge Castillo Canché: El proceso criminal de Cristo.
Haciendo eco de lo que se vive en estos días esta columna trata hoy sobre el enjuiciamiento penal de Jesús desde una perspectiva histórica-jurídica. Ubiquémonos en los tiempos del Jesús histórico; es la época en la que la ciudad judía de Jerusalén es el corazón de la provincia romana de Judea como parte del Imperio que Julio César había ayudado a construir y por lo cual todos los emperadores llevarían el título de “César”, como era el caso de Tiberio, el que gobernaba en el último momento de la vida de Cristo.
Entrando en materia, ¿quién o quiénes acusaron a Jesús y por cuáles delitos?, ¿bajo qué leyes debía ser enjuiciado?, ¿con las judías o las romanas? Preguntas fundamentales para entender todo el proceso criminal; siendo Jesús judío, el Sanedrín, tribunal religioso, fue un protagonista de este hecho histórico y las acusaciones de Caifás, sacerdote supremo de él y sus demás integrantes, debían justificarse en esos términos.
Fue, sobre todo, este último, quien basado en los dichos de oyentes directos de la prédica y actos piadosos y extraordinarios (curaciones físicas y espirituales, resucitaciones) de Jesús, quien pretendió comprobar el delito de blasfemia, es decir, ir en contra de Dios. Las contradicciones en los testimonios complicaron la intención de culpabilizarlo y tuvo que ser la voz propia de Jesús “Yo soy”, a la pregunta de si era el “hijo del hombre”, la que se usaría como argumento definitivo, pues se interpretaba que se asumía un ser divino.
Sin embargo, la sentencia de Jesús a ser lapidado (apedreado sería otra forma de decirlo) no podía efectuarse por manos judías por su dependencia del Estado romano y tuvo que ser llevado ante el prefecto romano, Poncio Pilatos. Ante él, las autoridades judías cambiaron la acusación acorde con la legislación romana, pues ahora lo presentaron como sedicioso y contrario al pago de tributos al Imperio. Es justamente Pilatos el otro protagonista, ya que en los interrogatorios a Jesús para determinar su culpa por soliviantar al pueblo judío contra Roma nunca lo confirmaría y sí, en cambio, reaparecería el delito religioso y que era galileo, por lo que lo entregó a Herodes (Antipas).
Ambas autoridades pudieron comprobar que Jesús no era el hombre peligroso pintado por la autoridad religiosa judía, si al caso merecía azotes o la ridiculización por su posible locura al hacerse llamar “rey de los judíos”, pero eso era todo. Fue la tensión que se vivía entre Roma y su provincia de Oriente por las rebeliones presentes para liberarla, un factor muy importante para que Pilatos terminara por ceder ante la élite política-religiosa judía.
Después de ser flagelado y humillado por la milicia romana, Jesús fue entregado a los judíos concentrados en el pretorio romano que pedían la sentencia de muerte por crucifixión y por lo tanto bajo la ley romana. En la ironía que produce la injusticia; al mismo tiempo que un hombre inocente iba a su destino último, otro, Barrabás, culpable del mismo delito, era soltado. Aunque Jesús terminaba su existencia humana, apenas unos días después iniciaba una historia que sus acusadores, maltratadores y ajusticiadores no imaginaron: la del cristianismo que hasta hoy perdura.