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Dice el filósofo español Fernando Savater que la mayoría de los individuos solo hacen reflexión filosófica cuando les ocurre una desgracia personal o familiar, un hecho triste o lamentable. Lo ocurrido el pasado fin de semana en Mérida nos hace reflexionar.

Una manifestación pacífica, anti tributos de Vila Dosal, fue disuelta con gas lacrimógeno. Las autoridades respondieron con violencia para apaciguar reclamaciones cívicas. En Yucatán, las autoridades locales no están acostumbradas a ver marchas contra ellos. Sienten que los debilitan, además de dar la apariencia de ser timoratos de cara al gran elector. En realidad, no siempre es así. Un nuevo frente de guerra política se ha abierto. En los próximos días veremos quejas de violación a derechos humanos por uso indiscriminado de gas lacrimógeno.

Desde luego que las fuerzas policiacas no llevan a cabo alguna acción violenta contra las personas sin el consentimiento del señor gobernador. Él, finalmente, es el responsable directo del daño que contra los individuos haya lugar en este tipo de hechos. Varias preguntas quedan en el aire: ¿Se usó correctamente ese gas para dispersar la manifestación? ¿Acaso hubo un riesgo de perder el orden social? ¿Se pusieron en peligro la paz y la estabilidad de la sociedad por esta manifestación pacífica?

Algunos gobiernos, políticos perversos e incluso fuerzas agrupadas políticamente suelen tener sus grupos de choque. Es decir, individuos que se inmiscuyen en manifestaciones para empujar o realizar acciones violentas contra un interés en juego. Desde tiempos remotos se han utilizado.

Ante todo este “sanquintín”, me pregunto: ¿Dónde queda el bonito diálogo que debe haber entre autoridades y ciudadanos? Como sociedad nos hemos olvidado de dialogar. Ahora se imponen ideas y criterios y el gobernante percibe el diálogo como debilidad. Bajo la óptica de Hobbes, el ciudadano debe temerle al gobernante. “Es mejor temerle a un Calígula que a mil Calígulas que pudiéramos ser cada ciudadano”, diría este autor.

También Maquiavelo justificaría este suceso violento bajo la óptica del fin justifica los medios. Sentencia: “El príncipe, para conseguir y conservar el poder, debe de hacer todo lo necesario, sea ético o no”. Recuerde el lector que para este autor la política y la ética son dos materias que no se mezclan. La ética no se lleva con la política. “Fiero como león y astuto como zorro”, diría. Maquiavelo es irónico. Se da cuenta de que no debería de ser así, pero privilegia lo cotidiano, lo que ocurre en la praxis, en el día a día.

Las veces que sea necesario, hay que regresar a la propuesta de diálogo, no gas lacrimógeno ni la imposición de tributos absurdos. No olvidemos, estimados lectores, que en la Rusia zarista también existían tributos absurdos, como aquel que pagaban las personas por tener barba. Diálogo, no gas.

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