¿Somos lo que hacemos?, ¿hacemos lo que queremos?
El poder de la pluma
Nadie está más esclavizado que aquellos que falsamente creen que son libres.- Johann Wolfgang von Goethe
Si acaso llega a los 35 años. Su español es bastante fluido, aunque por momentos parece más un defeño que un parisino. No tiene prisa de vivir. Toma la vida como disfrute. Es un trotamundos moderno, de origen francés; por alguna razón que desconozco, partió de San Luis Potosí, México, en dirección a la Tierra del Fuego, en el cono sur del continente americano. Solo se hace acompañar por Ónix, una cruza de pitbull.
Me acerco a su carro estacionado en la punta del refugio pesquero de Chuburná Puerto y le pregunto, ante la amenaza canina, si su perro muerde, me contesta: “Como usted, solo cuando tiene hambre”. Eso me tranquiliza.
Su automóvil es un carro camper de mediana estructura con motor recién arreglado, según dice, que apenas rebasa los 30 mil kilómetros. Trae un moderno deslizador aéreo con pequeño motor que consume 10 litros para llegar al puerto de Celestún costeando. Es aficionado a volar, practica deportes de viento y mar, kitesurf y surf. Trae como complemento móvil una motocicleta cross que, presume, es del tipo de las que usan para atravesar el desierto del Sahara.
Su filosofía de vida, según comenta, es disfrutar la naturaleza y vivir sin angustias. Se mueve cuando quiere y en el momento que necesita otro lugar. Sus medios económicos de financiamiento los desconozco; fui incapaz de preguntárselo aunque debo admitir que, cuando lo conocí, fue lo primero en que pensé.
Trae paneles solares para captar energía y usa datos móviles para aprovechar las ventajas de un sistema de posicionamiento global. Le pregunto si ya averiguó de las amenazas de policías y rateros en América Central y Sudamérica, me responde enfáticamente que sí, que de todas las policías a la que le teme es a la mexicana. En su trayecto hacia Yucatán varias veces quisieron extorsionarlo. Su mecanismo de defensa son dos cámaras digitales apostadas en su vehículo, una adelante y otra atrás.
El francés me revela que sus amenazas reales son las moscas de la mañana y los mosquitos en las noches sin viento. No sé las razones que lo impulsan a vivir de esta manera, que para la mayoría de nosotros los esclavos de las aldeas globales son inentendibles. Ignoro si el francés es un hombre libre, por lo menos lo aparenta. Quedarnos sin redes sociales un fin de semana es casi impensable.
En unos días más, el francés partirá a Belice y continuará su camino hacia Centroamérica. Sin prisas ni preocupaciones mundanas. Nosotros seguiremos con nuestra vida citadina, incapaces de pensar en la sola posibilidad de hacer lo que realmente queremos sacrificando nuestras comodidades aburguesadas. En realidad, ¿somos lo que hacemos?, ¿hacemos lo que queremos?