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Nicolás Maquiavelo sostenía en El Príncipe que la ética y la política son dos materias que no coinciden. El gobernante para alcanzar y conservar el poder debe hacer todo lo que esté a su alcance sin implicaciones éticas o morales de ningún tipo. Para Maquiavelo, la política no se lleva con la ética, por eso se le vincula con la frase cuasi antimoral de: “El fin justifica los medios”. Hay ironía en Maquiavelo.

En nuestro país, la llamada clase política ha pervertido también la relación entre la ética y el ejercicio público. Álvaro Obregón decía: “Mientras más matas más gobiernas” y acabó siendo asesinado, cumpliéndose la vieja frase popular: “Quien a hierro mata, a hierro muere”. La historia política de México está plagada de traiciones y asesinatos.

En política, de dientes para afuera se dicen muchas cosas agradables para los oídos del ciudadano, pero de dientes para adentro es otra cosa.

De dientes para afuera, el gobernador Mauricio Vila abraza a la gente del campo, pero de dientes para dentro los ve como simples electores o clientes. Finalmente, para muchos de los gobernantes una persona no vale más que un simple voto.

De dientes para afuera Vila Dosal dice estar a favor de los ciudadanos no subiendo impuestos, pero en los hechos pone nuevos tributos. De dientes para afuera Andrés Manuel López Obrador dice que Vila es un buen gobernador, pero de dientes para adentro sabe que Yucatán, gobernado por Vila, es un bastión anti-AMLO. De dientes para afuera, Trump dice que está contra la guerra, pero en los hechos bombardea Irán. Es el cinismo total.

De dientes para afuera hay un brutal combate a la corrupción, pero de dientes para dentro Manuel Bartlett, principal implicado en el fraude electoral de 1988, es premiado como director general de una empresa productiva del Estado, Comisión Federal de Electricidad. Se premia el cochupo. La maldad es vista como sagaz. El bueno es débil y tonto. En política hay ocasiones en que la traición se premia. El mundo de la política es de “los sagaces".

El político que plantea Maquiavelo debe tener cualidades de dos animales: zorro y león. El zorro es inteligente y sabe huir de las trampas, pero carece de la fiereza del león, y éste tiene la bravura necesaria para la lucha diaria. Así el político debe ser zorro y león. Maquiavelo no imagina un político buena gente, con ética y moral, bien intencionado, que cumpla con las leyes y siempre busque el bien público superior, no sobreviviría al mundo de la política.

Por eso el ciudadano de a pie, cuando escucha a un político, no le cree ni la mitad de lo que dice. Es un juego perverso. Porque también el político sabe que no le creen y sin embargo juega a que sí. Unos saben que les mienten y el otro sabe que no le creen.

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