Tiempo de pensar la vida cotidiana
El poder de la pluma
No tomen la vida demasiado en serio, de todas maneras no saldremos vivos de ésta.- Bernard Le Bovier Fontenelle
Esta pandemia del Covid-19 nos da la oportunidad de reflexionar sobre todas las cosas que nos rodean y que hacen nuestro día a día, nuestra esencia como personas. La mayoría de los individuos somos lo que hacemos y no necesariamente hacemos lo que queremos, sino lo que las necesidades primeras y hasta secundarias nos impulsan a hacer.
Este encierro pandémico nos posibilita reflexionar sobre muchos temas. Hay también mucha gente en el abismo, entre la salud y la economía. El covid-19 nos aísla, pero por otro lado nos vincula con una causa común: la salud personal y colectiva, es decir, no enfermarnos y, en consecuencia, no contagiamos.
En 1859 el economista inglés John Stuart Mil dijo que la pregunta del futuro sería: ¿Cuál es el adecuado vínculo entre la libertad personal y el control del Estado? Tres siglos más tarde vemos que Mill tenía razón, la formulación sigue vigente. ¿Hasta dónde el Estado debe limitar nuestras actividades personales y familiares en aras del interés público?
Otro aspecto que es digno de destacar es el carácter finito del hombre. Somos limitados, vulnerables por mucho o poco dinero que se tenga. Claro que, en general, los que poseen riquezas materiales deben, supuestamente, tener menos preocupaciones que los que carecen de ellas. Si más constantemente pensáramos en nuestra finitud, la vida sería más llevadera, menos seria y más intensa.
El hombre no puede solo, necesita siempre de la colectividad. Aristóteles sostenía que el hombre es un zoon politikon, es decir todos somos seres cuya esencia es la política. “Solo los dioses y las bestias no necesitan vivir en sociedad”.
Ahora en la pandemia el tiempo parece tener otra dimensión. Para la mayoría, el reloj despertador dejó de ser esencial. Dejó de sonar.
Tomas Hobbes sostenía que el miedo es la pasión socializadora por excelencia y la clave del pacto social. Ahora es el miedo a contagiarse y a contagiar a los seres queridos y viceversa. En el fondo, es tácitamente el miedo a la muerte. Este miedo nos hace renunciar a nuestros violentos deseos de predominio y someternos a la autoridad estatal. Para Hobbes, no nos une el amor, sino el espanto. Era un realista pesimista.
Tampoco quiero pecar de pesimista en esta crisis sanitaria, pero, como humanidad, ¿aprenderemos de esta pandemia? Temo que muy poco. Así lo revelan las otras crisis de salud y catástrofes que hemos vivido, como las guerras mundiales, los terremotos, la gran depresión del 29, etc. ¡Educación!