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Al grito mexiqueño de: ¡Queremos gente que compree!, entre fritangas, consomés y cachivaches, un típico vendedor de tianguis de la Ciudad de México intentaba persuadir a los clientes que pasaban por su modesto puesto ambulante en pleno pavimento y sólo miraban los productos que ofrecía, sin la mínima intención de comprar alguno. Escena común de cualquier mercado de nuestro país.

En general todos tenemos algo que vender y necesitamos compradores para poder seguir teniendo viabilidad. Vendemos productos, bienes, servicios o incluso nuestro trabajo. Es el cambalache social. Quien vende algo, siempre quiere interlocutor que compre. En las economías de mercado el intercambio de bienes y servicios es la base. En el mercado se especula, se oferta, se llega a transacción, al acuerdo entre vendedor y comprador. Es un centro de ofertantes y demandantes. Comprar barato y vender caro es la idea sustancial de quien se dedica al comercio. La Gran Depresión de 1929 se debió, entre otras razones, a la especulación que vivían los mercados. Especular es la acción y efecto de ganar más con el mínimo gasto, cantidad y esfuerzo. No está mal querer “gente que compre”.

Actualmente muchas actividades humanas se han convertido en cosas de intercambio, incluso algunos que no se pensaba se podían mercantilizar se hicieron parte del mercado. Por ejemplo, hoy pocos dudan que no sean artículos mercantiles: la educación, la comunicación, la basura, la propia salud, el deporte, hasta la ciencia y la tecnología. ¿Está mal? No, ¡Ni el payaso vive solo del aplauso! Lo que nos parece que es inadecuado es hacerlo sin sentido humanista. Con la sola intención de ganar a cambio de cualquier costo. Olvidar al ser humano, ser absorbido por la fría y calculadora ganancia.

Sabemos que también en política hay “clientes”. Una mala práctica de nuestra vida pública. Los profesionales del quehacer público se hacen de su capital a base de empatías y acciones que privilegian a sus “clientes”. Gente que cambalachea algún favor o condición de bienestar personal o grupal a cambio de que el político la utilice para sus fines específicos vinculados con la práctica de su quehacer público. También el político “quiere gente que compre”. Los ejemplos están a la vista. Los compradores en este rubro son una parte del pueblo mal acostumbrado a ser maniatado a base de ofertas y favores, es decir, se va con quien le ofrezca mejor privilegio. Como decía el recién fallecido actor cómico Héctor Suarez al referirse a un beneficiado económico de algún programa social: “Lo tengo que ir a recogerlo o me lo pueden traer a mi casa. ¿No se podrá?”. Hasta para recibir privilegios se ponen sus moños.

Todos queremos gente que compre. Pero debemos cuidar no caer en el mercantilismo frío de la economía de mercado. Lo predijo el economista inglés Sir John Maynard Keynes: “Los mercados pueden mantener su irracionalidad más tiempo de lo que tú puedes mantener tu solvencia”.

Efectivamente, ¡queremos gente que compre!

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