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En los últimos 4 años hemos escuchado frecuentemente la palabra posverdad. Es una palabra relativamente nueva, aunque la discusión sobre la verdad sea tan antigua como la propia filosofía.

La posverdad surge en 2016 durante la campaña electoral de Donald Trump y la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea (Brexit). En términos generales es “la verdad” de la opinión publica formada de emociones y creencias personales. La posverdad no es más que una priorización de las emociones y creencias sobre la razón, por tanto, es una renuncia al pensamiento crítico.

¿Se acuerda usted lector que al inicio de esta pandemia se decía que los coronavirus eran un invento para favorecer económicamente a ciertos países? También se dijo mucho en redes que era una creación de laboratorio. Posverdad.

En palabras del asesor de Hitler, Joseph Goebbls: “Una mentira dicha mil veces se convierte en verdad”. En los años 80 Michel Foucault aseveraba que el sida era un invento para controlar a los grupos de homosexuales y lesbianas; ironía de su crítica: murió de sida en 1984.

La posverdad es una consecuencia absurda de la posmodernidad, exacerbada en gran medida por las redes sociales y la revolución mediática. Por posmodernidad entendemos la relatividad y subjetividad de la realidad. Esta depende de la época, lugar y el sujeto que la conozca. En palabras de Kant: “Las cosas no son en sí, sino en mí”.

En la película “Babel”, de González Iñárritu, dos pubertos marroquíes en plan de juego disparan con un rifle de su padre a un camión de turistas hiriendo a una norteamericana, las conjeturas de la prensa internacional fueron que se trató de un ataque a intereses norteamericanos por parte del grupo terrorista de Al queda; Osama Bin Laden, sin deberla ni temerla, era el culpable. Posverdad.

En plena pandemia se aproximan elecciones intermedias del próximo año, gran parte de las precampañas y campañas tendrá a fuerza que ser por redes sociales, canales de televisión y radio; el INE tendrá que valorar todos esos actos de campaña para que se cumpla la ley. En el juego político electoral seguramente la posverdad tendrá un sitio especial. Para bien o para mal, el político de hoy que no está presente en redes sociales simplemente no es, no existe, por lo que tiene muy pocas posibilidades de ejercer el poder.

Nietzsche, en el siglo XIX, dijo: “La verdad es la mentira más eficiente”. Es decir, una especie de consenso, de construcción social. Si no hay una verdad, entonces la posibilidad es que cualquiera puede tener razón. En La rebelión de las masas, Ortega y Gasset sostiene que el hombre vulgar se asume como tal y reclama su derecho a la vulgaridad. Eso no le quita lo vulgar y, desde la razón, la vulgaridad no embona en “la sociedad del conocimiento”. No obstante esto, ¿no es acaso el hombre vulgar quien determina el mundo actual?

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