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En 1989 el general Arnaldo Ochoa Sánchez eran detenido en la Habana por estar coludido con el cártel de Medellín comandando por el mismísimo Pablo Emilio Escobar Gaviria. En un juicio sumario se sentenció a Ochoa, junto con el coronel Antonio de la Guardia Font, el capitán Jorge Martínez y el mayor Amado Padrón, a la pena capital por narcotráfico, alta traición a la patria y a la revolución. El general Ochoa era en ese momento el más respetado y victorioso militar cubano, después de la revolución, con actividad militar en Etiopía, Angola y Namibia. Muchas voces se generaron en contra y a favor. Finalmente, los cuatro inculpados fueron fusilados.

Este tema viene a la memoria por la detención en Estados Unidos del general Salvador Cienfuegos, que fue secretario de la Defensa Nacional durante la administración de Enrique Peña Nieto (según los reportes periodísticos, conocido en el bajo mundo como “el padrino”). Aunque en algunos estados de la Unión Americana existe la pena capital, sin embargo lo más probable, de encontrársele culpable, es una condena de entre 30 y 40 años de prisión.

Si hay alguna institución de cadenas de mandos es la de las fuerzas armadas; es decir, en ellas los altos mandos dan órdenes y los de niveles inferiores obedecen, ¿Cuántos militares estaban bajo las órdenes del general Cienfuegos que pueden estar vinculados con esta actividad de narcotráfico? Es difícil pensar que el presidente de la República no supiera de las actividades ilícitas de su secretario de la Defensa Nacional.

De demostrarse los lazos delictivos del general con los cárteles de la droga, sería una auténtica vergüenza nacional, una alta traición a la patria y a las instituciones. Hacemos votos porque el ejército mexicano esté limpio de vínculos perversos de sus altos mandos con los nefastos cárteles de la droga. Aunque lo dudamos, ojalá este asunto del general Cienfuegos sea un caso aislado de corrupción en las más altas esferas.

Maquiavelo fue un político y filósofo italiano de los siglos XV y XVI y en su obra cumbre, El Príncipe, refiere que para acceder y mantener el poder el gobernante debe ser fiero como león y astuto como zorro. El primero con su fiereza espanta a los depredadores que lo amenazan y el segundo sabe huir de las trampas de los cazadores. Aunque esa obra está llena de ironía, en el fondo lo propone. Sabe que una cosa es el mundo del deber ser y otra diferente el mundo del ser. La realidad es tan lacerante que se impone. Para él la ética y la política son materias separadas que no deben mezclarse. Algunos personajes de la clase política mexicana hacen caso a esta lacerante realidad. ¿Hasta cuándo los mexicanos estaremos exentos de actos como éstos, que denigran la esperanza de grandeza a la que aspiramos como nación?

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