¡Llévese al héroe que le convenga!

José Luis Ripoll Gómez: ¡Llévese al héroe que le convenga!.

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Apenas había descendido de la aeronave en el aeropuerto de Toncontín, en la capital hondureña, y varios alumnos me cuestionaban con insistencia, lejos de la sabia diplomacia: “¿cómo está México?”. Las televisoras locales se había encargado de difundir “la increíble huída” subterránea del tristemente célebre “Chapo” Guzmán, era la noticia que reinaba en Centroamérica, atiborrada de maras aspirantes a narcos. Abierto a la dialéctica y acostumbrado a la contradicción sistemática académica, les reviré: “¿De cuál México quieren saber?”.

En los últimos años tenemos la sensación de que nuestro país marcha como buque al garete, sin rumbo fijo en la inmensidad del mar. Esta sensación contrasta con la versión oficial de que todo está en orden, de un país que avanza a marcha firme y a “pasos agigantados”. Como ilusión crisohedónica, oficialmente “se acabó la corrupción”. No ha sido fácil el camino mexicano hacia la modernidad. La historia como catálogo mercantil.

Nuestro Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, sostuvo atinadamente que las características históricas de nuestro país son ruptura y yuxtaposición. Lo que significa violencia y adecuación. Muchos regímenes políticos dominantes han pretendido apropiarse de la historia y de sus personajes. Denostar y engrandecer. La antigua sentencia sobre la historia de George Orwell como la de los vencedores, hasta la de Enrique Jardiel como la mentira encuadernada. La historia parece soportar estoicamente la hermenéutica humana. El viejo adagio marxista de la historia como lucha de clases parece una viva y lacerante realidad humana.

La revolución social mexicana se apropió, en la zona de los buenos a personajes populares como Villa y Zapata, denostó a otros como Porfirio Díaz y Victoriano Huerta. Nadie es bueno ni malo al 100 por ciento. Hay un Villa y Zapata asesinos, y Díaz, y Huerta, sino vestidos de héroes, por lo menos no tan villanos.

El tema no sólo es mexicano. La revolución nicaragüense de Daniel Ortega Saavedra hizo lo suyo con Augusto Nicolás Calderón Sandino (Cesar Sandino). Nombra su movimiento: sandinista. En El Salvador la guerrilla de izquierda también “llevó agua a su molino” con Farabundo Martí Rodríguez. En Cuba, la revolución puso en sus filas al poeta y político José Martí, lo invocan en casi todos los eventos oficiales.

La historia como conveniencia moral política, no la historia de los hechos sin moral. Otorga sustento ideológico, por lo menos de forma. Apropiarse de la historia y de los héroes está de “moda”. Es el secuestro de la historia. Como un catálogo de mercaderías para seleccionar y llevarlas a casa. Al mejor postor, al alcance de quien confía en el poder de su pago.

Por momentos tenemos la sensación que la historia se parece al pregonero que grita en un mercado: “¡Pásenle, pásenle marchante, llévese al héroe que le convenga!”.

Nuestros hermanos campechanos en busca de identidad propia, diferente a lo yucateco, nombran sus cosas con el nombre del enemigo, del saqueador, del malhechor: los piratas. Tuvieron que amurallar la ciudad para huir de las maldades de los corsarios. Nombran equipos deportivos, venden recuerdos y ponen rutas de filibusteros.

Otro tipo de secuestro, es el de nuestras instituciones, ¡pero eso, es otra historia! 

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