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Es importante abrir los ojos a los síntomas con los que el cuerpo nos habla. Conocerlos, comprenderlos y aceptarlos. Es el lenguaje de algún malestar interior que pugna por revelarse.

El mundo exterior es el espejo de situaciones vividas guardadas en el inconsciente. Al verlas en otras personas, reviven en nosotros emociones del pasado personal.

Puede suceder al ver una película, alguna noticia en el periódico, al leer alguna novela o al presenciar algún evento amoroso de un padre a un hijo, o una discusión que termina en un pleito a golpes e injurias que nos recuerdan experiencias de nuestra vida. A veces se descubren carencias afectivas, anhelos no cumplidos, imagen propia disminuida, descalificaciones que generan emociones y despiertan sentimientos reprimidos que fueron motivados por la necesidad no cubierta de ser querido y reconocido.

Esas emociones son provocadas por vivencias de la niñez. Al identificarnos con las realidades ajenas nos damos permiso de exteriorizar emociones y sentimientos propios reprimidos. Si se reflexiona acerca del origen de estas reacciones emocionales, tal vez se puede reconocer lo que motivó o causó el conflicto interior personal.

En ocasiones adjudicamos a otros reacciones propias. Suponemos reacciones en otros similares a las nuestras. Uno lo piensa y siente pero el otro no. Estas reacciones que le adjudicamos al otro muestran el fenómeno del espejo. En realidad, puede ser nuestro dolor por la imperiosa necesidad de atención, de ser importante para alguien.

“El espejo prefabricado” se vive con los hij@s. Los temores que los padres tienen, los planes y ambiciones propias se los pasan a sus hij@s, aunque nada tienen que ver con lo que sus muchachos sueñan y quieren. Dar por sentado, por ej., que el joven será abogado porque el padre lo es. Cuando el joven se gradúa de abogado puede que diga: “Padre ahí tienes tu título, yo seré enfermero”. Es bueno preguntarnos: ¿quizá soy alguien que se proyecta en sus hij@s?, ¿o en otras personas? ¡Cuidado! Porque se romperá tu espejo imaginario.

El espejo puede ser algún programa de T.V. que muestra alguien que ha triunfado. Todos le aplauden, sus esfuerzos se ven coronados por felicitaciones. Puedo sentirme muy conmovid@. ¿Es por el éxito de aquella persona? En realidad, ¡NO! Lo que siento y me conmueve es por mi falta de reconocimiento de quién soy; es la necesidad de ser apreciado como alguien valios@. Son proyecciones. Se les conoce como “el síntoma del espejo”.

Es liberador conscientizar dichos síntomas en uno mismo. Lo expongo únicamente con el fin de orientar y alertar para conocernos mejor. Al desenmascarar las emociones reprimidas se vive mejor al dejar a un lado, por ejemplo, “el síntoma del espejo”.

¡Ánimo!, hay que aprender a vivir.

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