Amor incondicional

Josefina Centeno de R. Valenzuela: Amor incondicional

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Día de las madres ¿Cómo, pues no todos los días es mi día? Mamá en la “tercera edad”

Estoy abrumada de oír hablar de jóvenes, y no tan jóvenes, que llevan malas relaciones con sus padres y muchas veces, específicamente con sus mamás; por otro lado también existen mamás frustradas, que se sienten descalificadas por sus hijos y hasta ignoradas. No se logra la comunicación para crecer ambos con respeto y amor en esta etapa de la vida. Acepto que existe la llamada “brecha generacional” que a veces es “abismo generacional”. Sin embargo, en mi caso, me esfuerzo por estar abierta a comprender en lugar de entender y así manejar mejor algunas situaciones que se presentan y que, de alguna manera tienen que ver con la nada fácil, relación mamá-hijos. Me he disciplinado a decir “yo” en lugar de “tú” para expresar, verdaderamente, lo que pienso, siento sin quejarme yechar culpas.

A las mamás se nos acusa de muchas fallas y además se nos responsabiliza de que la comunicación armoniosa no se dé y por lo tanto, no fluya la relación. Cuando se le expresa algo a alguno de los hijos los demás se unen al hermano (a) en cuestión para justificarlo y la mamá queda en desventaja ante el aluvión de razones y reproches.

La verdad es que no hemos sido mamás tan deficientes como a veces los hijos creen: ausentes, sin detalles, regañonas, poco apapachadoras, reclamonas, etc. No era ni es fácil el rol de mamá en una sociedad en rápida transformación, en la que muchos valores quedan obsoletos.

Puede parecer absurdo poner en entredicho la relación que tenemos con nuestros hijos, pero es que si algo está fuera de tono o va mal, la culpa es de mamá, y eso duele. Sólo queda aferrarse a que soy mamá, lo mejor que pude y puedo dar, en mis circunstancias, con buena voluntad, recta intención y mucho amor.

A veces, muy sutilmente, alguna actitud de mi hijo(a) me dice:

“Mira, mamá, si no estás contenta con lo que te doy es que no estás dispuesta a aceptarme como soy. Cualquier psicólogo te lo diría:“¡basta de madres exigentes y reclamonas!”. Sin embargo, reflexiono y me digo: ¡ojalá! que mis hijos se den cuenta, que lo que realmente necesito es un poco de atención, de escucha, comprensión, presencia y plática, por ejemplo: acerca de los nietos para alegrarme, festejar y felicitar al niño o joven en sus logros y desarrollo.

Posiblemente, no lo enseñé o no aprendieron a leer entre líneas, es decir, a través de mis afanes para que vivieran mejor cada etapa de sus vidas, mientras estaban en casa. Bueno, lo importante es, que como sea, son pedazos de mi corazón y los amo.

¡Ánimo! hay que aprender a vivir.

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